Nacional

La curva de la vida o Alberto Herrera

Por domingo 21 de noviembre de 2010 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

Alguna vez vivió un poeta llamado Alberto Herrera. Te­nía su casa en la Villa de Guadalupe, pero diariamen­te se le venía caminar por el centro de la ciudad de México ya que trabajaba de chupa tinta en la Tesorería.

No sabemos a ciencia cierta la fecha de su nacimiento. Sí la de su muerte: 1926, finales del mes de octubre. Era todavía un hombre joven al morir. No sobrepasaba los cuarenta y dos años. Alberto Herrera, antes de dejar este mundo, publicó va­rios libros de poesía.

El primero de ellos se llamó “Frágiles” y fue impreso el año de 1917. Al parecer el poeta no cumplía aún los veinte y tres años de edad, lo que deducimos que debió nacer entre 1880 y 1881.

“Frágiles”, como su nombre lo indica, es un libro impreg­nado de toques delicadísimos y visiones de paisajes y gentes apenas entrevistas. Si uno lee hoy a Alberto Herrera puede degustarlo sin que le sepan sus versos a tiempo pasado.

Es verdad que en sus rimas abundan los pájaros, las au­roras y los atardeceres. ¿Acaso han dejado de existir albas y crepúsculos, tortolitas y gorriones? El que nosotros, acha­tados por el contrapaisaje urbano, no alcancemos a ver y a sentir las auroras y los atardeceres y oír el revuelo de las tortolitas y el pío de los gorriones no significan que no exis­tan?

Existen, viven, está ahí todos los días y Alberto Herrera nos los redescubre al cantar así:

“Me levanté temprano esta mañana
y vi venir el día en la Alameda
mientras los gorriones picoteaban,
buscando de comer, la fresca yerba.
Un borrachito, dando tumbos,
y todavía con la noche acuestas,
me dio los buenos días,
alegremente, a su manera,
y yo le sonreí sintiendo
que no sería aquel día mi oficina tan fea.
Le di las gracias a la vida
sin más en la Alameda
por todo aquello tan sencillo y frágil
que me dio sin pedirme una moneda.
No tiene alma de mendigo el día
cando lleno de sol y azules llega
y nos recuerda que vivir es bello
por más que cuanto vive sin remedio muera.”

Curioso y sentido este poeta elemental y directo. Aunque no siempre. Tras sus versos frágiles y sencillos de adoles­cencia, Alberto Herrera, ya en su madurez poética publica­ría otro libro titulado “Vino viejo”. En este libro abundarían los sonetos y el tema central sería la higalguía y el espíritu aristocrático, aunque sin dejar de ser callejero y paisajístico como el anterior. Recordemos una estrofa de este su segundo libro:

“En estas piedras de mis calles viejas
el tiempo que se fue me sale al paso
cuando por los carmines del ocaso
mi alma vaga sin rumbo envuelta en quejas.”

Su poesía aquí tiene un aire quejumbroso. Sentía el poeta el paso, imposible de detener, de la vida y él amaba la vida a plenitud y se negaba a aceptar la realidad de la muerte.

Alberto Herrera nunca se resignó a morir, aunque murió irremediablemente, como todos los que nacemos, pues se nace, finalmente, nos guste o no, para morir. ¿Qué se puede hacer ante paso demoledor del dios Crono?

Alberto Herrera, preocupado por nuestro fatal destino, escribió:

“La vida es una curva muy triste que va a la muerte”

Sabedor de ello intentaba olvidarse del final indeseable de esa curva visitando las cantinas. Cuentan los que lo conocie­ron que escribió sus versos entre copa y copa. Ganó, no obs­tante, premios literarios que le dieron cierto renombre entre sus contemporáneos en la ciudad de México. Hoy ya nadie se acuerda de todo aquello y, del poeta, mucho menos.

Encontrar ejemplares de sus libros es una rara, rarísima suerte, que algunos hurones de los pocos que visitan hoy las librerías de viejo, en el centro de la ciudad, milagrosamente consiguen. ¡Hay tantos entrañables poetas en México disper­sos en nuestras amadas librerías de viejo!

Librerías que ojalá el torbellino de la vida no acabe con ellas, ya que ahí, todavía, podemos encontrarnos con poetas como Alberto Herrera; poetas que se niegan a morir y dejar de ser leídos en libros amarillos y maltratados, pero donde permanecen sus voces frescas e intactas.

“El orfebre del soneto castellano”, como lo llamara el ge­neroso Julio Sesto, poeta y periodista español, que viviera y muriera en México y hoy olvidado en México y España, en su libro “La Bohemia de la Muerte”, Alberto Herrera sigue alen­tando en su “Vino viejo”, así como en sus versos “Frágiles”, y revelándonos un México ido que hoy, a la distancia, nos es­tremece y enamora al aire de la inexorable curva de la vida.

*Poeta y periodista andaluz.

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