Por Ulises Cisneros*
Sin querer, queriendo, como dice Chespirito, ya sumaron quince los años de efectuarse la celebración del Día de Muertos por parte de un conjunto de instituciones públicas y privadas dedicadas a la educación y a la promoción cultural en el Centro Histórico de Culiacán.
En su origen en 1995, la celebración fue asumida por DIFOCUR, dirigida a la sazón por Juan Ramón Manjárrez Peñuelas, quien convocó a los directivos de las diversas instituciones ubicadas en el primer cuadro de la ciudad a participar en el festejo, piedra angular del programa que se denominó Corredor Cultural Rosales.
Se amplió así una iniciativa generada en la Universidad Autónoma de Sinaloa, en la que fue determinante el impulso dado por don Miguel Tamayo Espinoza de los Monteros, a quien nunca va a ser suficiente reconocerle el mérito de la instauración en esta ciudad de la tradición de erigir públicamente altares y ofrendas de muertos en honor de célebres figuras nacionales y de queridísimos personajes locales.
Fue él quien promovió las primeras exposiciones acerca de esta legendaria tradición mexicana que, particularmente, en el centro y Sur del país tiene arraigados y elaborados rituales, como los de San Andrés Mixquic en el Distrito Federal y Pátzcuaro y Janitizio, en Michoacán.
Con eso llamó la atención sobre los ceremoniales propios de Sinaloa, que habían sido hasta antes de los años 70 del siglo pasado, si no ignorados, sí al menos desapercibidos por la mayoría de la población, como las festividades organizadas por los yoremes en el Norte del estado.
Eso dio pie a que diversos investigadores se adentraran en el estudio de tales celebraciones y asimismo en las pautas domésticas y cotidianas de la visión de los sinaloenses acerca de la Muerte, cuyas características, aunque comunes a las del resto del país, también son diferentes por sus peculiaridades idiosincráticas.
Con el tiempo, otra promotora cultural, la artista plástica Sandra Robles, prosiguió la pauta emprendida por el maestro Tamayo al montar cada año diversas instalaciones alrededor de los usos y costumbres de los mayos alrededor, conforme a una interpretación de sus símbolos y representaciones estéticas.
Así como a Miguel, a Sandra le ocurrió que la semilla de su iniciativa prendiera y congregara la participación de un cada vez mayor número de celebrantes. Tal fue el germen del Salón de la Vida y la Muerte, que en este año cumple doce años de haberse instituido y va a la par de las actividades enmarcadas en la programación conjunta de las 23 instituciones que ahora participan en esta celebración, la que se extenderá hasta el domingo 31 de octubre.
Dicho salón reúne las obras visuales de todo género que los artistas sinaloenses crean en torno a la Muerte. En ello ha contado siempre con la colaboración del museógrafo Roberto Balcázar y de la infatigable Maura Franco.
Para mayor beneplácito de su fundadora y promotores, también se cumplen ahora cuatro años de haber abierto un salón infantil en el que se seleccionan los mejores trabajos elaborados por alumnos de educación básica.
Si nos remontamos a principios de los años 80, la decisión de Miguel Tamayo de procurar la instalación de altares y ofrendas fue casi una contrarrespuesta a la avalancha comercial del Halloween, respetable festividad anglosajona que fue adoptada con singular brío y frenesí por las redituables ganancias generadas por su parafernalia.
Lo curioso del caso radica en que fueron los padres de familia y los maestros de jardines de niños y primarias los principales incitadores a popularizar el Día de Brujas, los primeros por andar de complacientes alcahuetes de sus críos y los segundos por seguirles la corriente y llevar una sustancial comisión en asociación con las tiendas comerciales.
Fueron bastante divertidas las posturas asumidas en aquellos años en pro y en contra de ambas festividades. Sin embargo, la mexicanidad se impuso. Ya a principios de los 90, la misma Secretaría de Educación Pública y Cultura del estado tomó cartas en el asunto y avaló sin reservas las acciones conmemorativas del Día de Muertos en todas las escuelas de instrucción básica, como hasta ahora se sostiene.
Esto no erradicó el Halloween, pero sí propició que la festividad mexicana fuera más conocida y apreciada por las subsecuentes generaciones, y que los niños y adolescentes accedieran a los elementos de identidad cultural del país y de los sinaloenses.
Aunque en estos tiempos de globalización cultural es hasta retrógrado cerrarse al conocimiento e intercambio de otros patrones culturales, el sincretismo antropológico que se advierte es la de una acción en progreso, un continuous performing que ofrece expresiones tan disímbolas como hilarantes como la de los aluxes yucatecos disfrazados de brujildos de Salem.
Concebida la celebración en este año alrededor del Bicentenario, el tema da hasta para extender las actas de defunción de la independencia y la soberanía nacionales, habida cuenta del contexto real del país y de su interdependencia con intereses extranjeros, así como para impartir la unción de los santos óleos a la revolución mexicana por la polarización social y económica actual que ha reducido a casi 60 millones de mexicanos a la pobreza, en franca contradicción con los postulados de igualdad y justicia sociales de la lucha armada.
Las nuevas generaciones que participan tienen sin lugar a dudas un pragmática visión crítica acerca del estado de cosas prevaleciente en nuestro país y estado. El recurso de la celebración de la Muerte, al modo de la inveterada actitud mexicana de burlarse de ella va de la mano con el sentido devocional legado por nuestros ancestros.
En una festividad como ésta no solamente se exalta la representación jocosa sino también ácida del status quo que predomina. Sinaloa no se exime de este rasgo. Con mayores pretextos para enfocar el humor negro como salvoconducto de las tensiones sociales, el Día de Muertos reitera su funcionalidad nacional: Contribuye a la salud mental del país y del estado, ejerce un sentido terapeútico y sosiega al menos temporalmente el inquieto crecimiento de los huevos de la serpiente que amenaza estrangularlos.
P.D. Cuquita Key, La Embajadora de la Cultura, cumplió su promesa: Se vistió catrinamente para sumarse al jolgorio del muerterío. Ni falta que le hacía. Siempre luce de gala y máxime cuando se presenta la ocasión de exaltar las pompas fúnebres.
*Periodista, escritor y conductor de radio UAS.