El proyecto de presupuesto para 2011 presentado recientemente a la Cámara de Diputados por Felipe Calderón, contempla una reducción de 42 por ciento a los recursos destinados a la cultura. El regateo del dinero público destinado a ese rubro ha sido una constante de los gobiernos surgidos del Partido Acción Nacional. El hecho preocupa pero ya no sorprende. Calderón, igual que su antecesor Vicente Fox, se muestra incómodo y errático en su relación con la cultura; le resulta prescindible, no la entiende ni la valora como instrumento de desarrollo y cohesión social; cuando mucho, se ha interesado sólo en su parte rentable o simplemente la ha utilizado en algunas de sus manifestaciones más oropelescas para proyectar su imagen pública (el ejemplo irrefutable fueron los onerosos festejos del Bicentenario de la Independencia).
Alguien podría cuestionar: “¿Por qué tanto escándalo por la reducción de presupuestos a la cultura mientras el país se incendia? Mejor que ese dinero se destine a resolver problemas de verdad urgentes”.
Nos encontramos en la situación de que lo urgente no siempre es lo importante. Y a menudo la atención a lo urgente pospone la solución de lo importante.
La cultura –entendida en un sentido amplio– es lo importante. La violencia, la inseguridad pública, la brutal desigualdad social, la depredación del medio ambiente, la corrupción, el abuso del poder, la falta de democracia, el imperio del dinero sobre casi cualquier tipo de valor ético, son en el fondo un problema de indigencia cultural. La cultura es, para decirlo en pocas palabras, una forma de estar en la vida, de mirarnos a nosotros mismos y de estar con los demás.
El estímulo a la creatividad de los individuos, el conocimiento de uno y de los otros a través del arte o la lectura, por ejemplo, otorgan elementos de reflexión para el desarrollo de una conciencia, de un criterio; ofrecen herramientas para discernir, autoafirmarse, saber con cierta claridad qué queremos y qué no queremos. En casos óptimos, contribuyen a que hombres y mujeres se sientan plenos, satisfechos con sus vidas, sin que ello dependa de la cantidad de bienes materiales que poseen.
No es que la cultura sea la panacea que resolverá de una vez y para siempre todos nuestros males, pero distintos autores han advertido que una adecuada política cultural genera un ambiente propicio para el desarrollo integral y la convivencia de los individuos; que en las sociedades con mejor calidad de vida la cultura ocupa un lugar preponderante.
Por supuesto que no todo se resuelve invirtiendo en cultura, pero es el primer, indispensable, paso. Países como Francia, España y Canadá –situados en la lista de países desarrollados– dedican proporcionalmente más dinero a la cultura que México. Sin embargo, los fundamentalistas neoliberales que aplican a ultranza sus políticas económicas en el país, consideran un dispendio que el Estado destine recursos a las actividades culturales. Para ellos todo es rentabilidad y si no produce ganancias inmediatas, no sirve.
Paradójicamente, según cifras oficiales, la cultura genera entre 6 y 7 por ciento del Producto Interno Bruto del país. Es decir, también puede ser factor de desarrollo económico.
Con este socavamiento de las instituciones culturales, Felipe Calderón traiciona o ignora la herencia de sus antepasados ideológicos como José Vasconcelos y Manuel Gómez Morin (fundador del PAN) quienes contribuyeron a crear y consolidar instituciones fundamentales para el país. Baste recordar que Vasconcelos diseñó el proyecto cultural y educativo más ambicioso del siglo XX mexicano, algunos de cuyos beneficios, a pesar de todo, se prolongan hasta nuestros días. Y qué decir de Manuel Gómez Morin, católico humanista, perteneciente al llamado grupo de Los Siete Sabios, quien también supo ver en la cultura una manera de reconstruir el país después de la Revolución.
Vienen a cuento unas palabras de la antropóloga y promotora cultural Lucina Jiménez, extraídas del libro que hizo a cuatro manos con Sabina Berman, Democracia cultural: “Ningún proyecto económico o político de desarrollo puede entenderse a sí mismo ni ponerse en marcha sin una perspectiva cultural, porque será ajeno a la sociedad a la que se dirige, porque no se inscribe en lo que esa sociedad considera suyo, en sus maneras de pensar, de sentir, de hablar y de comunicarse”.
Aquí las preguntas serían: ¿hay voluntad política en Calderón para llevar a cabo algo así? ¿Le interesa? ¿O parte de su proyecto y del grupo gobernante es precisamente esta indigencia cultural que hace más vulnerable y manipulable a una sociedad?
*Periodista de La Jornada