Por Daniel García*
Desde épocas inmemoriales en nuestro país se celebra los primeros días del mes de noviembre a los fieles difuntos, fiesta en la que los habitantes del México prehispánicos celebraban con especial devoción más que a la muerte, a la vida misma, representada en el eterno ciclo vital que no se acaba solo se transforma.
Con la llegada de los españoles esta celebración adquirió matices que la hicieron diferente en las formas no en la esencia.
Aquí en nuestra región desde épocas remotas se celebra este ritual en el que se recuerda a los que ya no están con nosotros y una de las maneras mas usuales de hacerlo es adornando las tumbas de nuestros deudos con las tradicionales coronas.
Esta costumbre amenaza con desaparecer de su forma original ante el embate de la era moderna, los altos costos de los materiales así como la falta de tiempo y dedicación de quienes las hacían, por fortuna aun existen focos aislados donde esta tradición se niega a morir y donde se pueden leeré entre líneas coloridas formas y figuras que evocan a la naturaleza en trozos de papel.
Esta tradición tan bella cultivada por personas que con amor y entrega despliegan año con año un oficio artesanal que entrelaza tradición, fe y costumbre para mantener viva una legendaria actividad que llena de festividad y alegría una celebración tan arraigada como el día de muertos.
Platicando con María Dolores, de la comunidad de El Burrión, en Guasave, verla trabajar en este proceso de transformación del papel, ver como entre plática y plática van brotando los pétalos que darán forma a las flores, sientes como de entre sus manos va naciendo una de las expresiones artísticas más festejadas de nuestros calendarios; porque cada flor lleva con sigo una enorme y preciosa carga de significado, que nos comunican lo que somos y lo que otros fueron.
*Cronista de Guasave.