Por Juan Cervera Sanchis*
Se sabe que Ayocuan Cuetzpaltzin, llamado, “El Sabio, Águila Blanca, de Tecamachalco”, nació en la segunda mitad del siglo XV de nuestra era y murió a principios del siglo XVI.
Fue admirado y elogiado por sus contemporáneos. Incluso otros poetas de su tiempo le dedicaron algunos de sus cantares.
Ayocuan fue chichimeca y su padre entre otros pequeños reinos, gobernó el señorío de Tecamachalco. Pero de un poeta, por sobre todo, lo que nos importa es su poesía. Y nos importa principalmente por su contenido esencial y por su claridad y perfección formal. Triángulo imprescindible. Ayocuan fue un cantor preocupado en extremo por la fugacidad de la vida y por el constante y continuo cambio del entorno humano. Ante ello solía cantar para sí mismo:
“Que se repartan / flores de maíz tostado, flores de cacao. / ¡Que permanezca la tierra!”
Frente a los hechos cambiantes, Ayocuan, manifiesta a grito desgarrado que la tierra, por lo menos la tierra, permanezca.
Hoy, nosotros, sabemos que ni siquiera la tierra permanecerá y, sin embargo, parecemos resignados a aceptar lo efímero de nuestras vidas y la muerte, por igual, de nuestro planeta y el hermoso sol que lo ilumina.
Ayocuan no quería resignarse y de ese no querer aceptar lo transitorio de la vida nace su poesía, su canto, su asombro ante la belleza y la crueldad del mundo y sus coloridos y descoloridos espejismos.
Poesía bellísima y sentida la suya, que pone su fe en la amistad:
“La amistad es lluvia de flores preciosas”.
Maravilloso verso este, sin duda. En mitad de todas las incertidumbres del ser que somos, esclavo del segundo fugaz, Ayocuan Cuetzpaltzin, creía en la amistad y la cultivaba con el mayor de los esmeros, como cultiva el delicado y amante jardinero la flor de su predilección.
Sí, por este solo verso, este hondo poeta chichimeca, merece nuestro y nuestra admiración, junto con nuestra gratitud:
“La amistad es lluvia de flores”
¿No es hermosísimo? ¿No es en sí mismo un universo de poesía este verso-poema que nos ilumina y nos reconforta?
Genial poeta Ayocuan, amante de las flores y de las aves y amigo de sus amigos. Hombre-poeta que se estremece ante la sospecha del olvido sediento de amor y de memoria y aunque no imaginó que tú y yo, en esta primera década del siglo XXI lo recordaríamos aquí y ahora, Ayocuan, ahora y aquí, habita con nosotros en el círculo de los inolvidables afectos. Él, temeroso y dolorido, se preguntaba:
“¿Nada de mi fama aquí en la tierra?”
Sentía y pensaba que nada de su fama, ni una pizca, quedaría aquí en la tierra. El pensar esto lo angustiaba y herido por el temor de ser olvidado por completo se entregaba al canto y a la contemplación de las flores, preguntándose:
“¿Al menos cantos, al menos flores?”
Ansias de ebriedad, de apurar el néctar de la belleza y perder los sentidos todos hasta obtener la luminosidad del éxtasis.
Ayocuan cantaba y cantaba con ese frenético propósito:
“Gocemos, oh amigos,/ haya abrazos aquí./ Ahora andamos sobre la tierra florida./ Nadie hará terminar aquí/ las flores y los cantos,/ ellos perdurarán en la casa del Dador de la Vida”.
Y añadía, pienso yo que con lágrimas en los ojos:
“Aquí en la tierra es la región del momento fugaz”.
La tierra, lugar, según Ayocuan, “donde venimos a conocer nuestro rostro”.
Al menos eso era lo que se preguntaba el atormentado poeta chichimeca quien, como más tarde Antonio Machado, vivía preocupado y pensando en la posibilidad de hablar con Dios, el Dador de la Vida, es decir, ansioso de encontrar una respuesta satisfactoria que le despejara el enigma de la existencia, aunque ninguno de los dos pudo evitar quedarse colgado de la frágil rama de la duda. El misterio de la vida una y otra vez permanece intacto. El hombre, el poeta, seguía y sigue siendo una interrogación en busca de una respuesta, una respuesta que por más y más que busca no acaba de encontrar.
Cantemos, proclamaba Ayocuan Cuetzpaltzin, y su voz se levantaba de la tierra hacia los cósmicos misterios descubriendo la proximidad de la belleza como una posible respuesta, tal vez más imaginaria que real, pero eso sí, bellísima:
“Un dorado pájaro cascabel”
Y el ave que eleva su canto rodeada de flores:
“Sobre las ramas floridas cantáis”
¿Acaso la tierra es una rama de un gran árbol sideral y el poeta un pájaro cascabel que canta?
¿Quién pues lo escucha desde otra dimensión sin que él lo advierta?
La poesía de Ayocuan, bella a morir de viva y colorida emoción, está superpoblada de aves canoras, de interrogantes canciones en busca de respuestas, quizás, imposibles de hallar, como la misma vida… que se nos va a todos sin darnos cuenta, mientras que de repente descubrimos, con estremecido asombro, que apenas ayer éramos niños y hoy ya somos ancianos.
¿Qué podemos hacer? La respuesta nos la da Ayocuan Cuetzpaltzin:
Cantar, cantar y cantar, porque el canto es salvador, y rendir culto a la belleza.