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Visita al panteón Reforma de Mocorito

Por domingo 17 de octubre de 2010 Sin Comentarios

Por Luis Antonio García S.*

El sol en su cenit escondía las sombras debajo de los objetos; caminábamos por la calle José María Morelos y al final, después de 2 kilómetros recorridos desde la plazuela principal la calle se transformó en avenida; y frente a nosotros, se levanta una construcción con todo el estilo neoclásico del México Porfirista. Nos hallamos en la entrada del viejo panteón municipal de Mocorito. En su fachada luce una fecha 1902; fecha que algunos piensan que conmemora la inauguración de dicho panteón, sin embargo el pensamiento es equivocado. El cronista don José Ramón Velásquez, nos consigna en su libro1 Apuntes de Mocorito, que originalmente el panteón se encontraba, (como en todos los asentamientos españoles) junto a la iglesia, en este caso, en el terreno que hoy ocupa la plazuela Miguel Hidalgo. Don José Ramón, en los años treinta platicó con personas que les tocó conocer el cementerio, y le relataron que en él había tumbas antiquísimas echas durante la colonia. En la década de 1850 se pensó en cambiar el panteón a otro lugar, sin embargo fue hasta la década de los sesenta cuando se hizo dicho cambio a la actual ubicación Sin embargo varias tumbas habían quedado frente a la iglesia. Recordemos que antes de las Leyes de Reforma, los panteones eran administrados por la iglesia católica, así es que al hacerse cargo el gobierno de la administración de estos lugares, la reubicación de las tumbas fue forzosa, ya que se quería hacer una plaza de armas ahí frente a la catedral, así es que fue al principio del siglo XX cuando se trasladan los últimos restos a este lugar. La fecha inscrita en la fachada muy posiblemente conmemora este hecho y no su inauguración.

No hay registro de la persona que se hizo cargo de su cui­dado desde la década de 1860, pero lo que sí sabemos es que fue a partir de 1887 cuando Pedro Alatorre, originario de Chia­pas hijo del general Ignacio L. Alatorre; huyendo de la milicia se refugia en Mocorito y toma el empleo de sepulturero. De acuerdo a los recuerdos de José Alatorre2 don Pedro durante sesenta y cinco años trabajó en el panteón hasta que en 1952, le deja el cargo a él. Quién a su vez, en el 2001 pasa la estafeta a su hijo Víctor Alatorre García, quien es el actual encargado del lugar. En total esta familia por 115 años ha trabajado en el panteón Reforma. Hemos recorrido los dos kilómetros que separan al panteón de su ubicación original y nos encontra­mos frente al viejo portón, abrimos sus oxidadas rejas, y nos hallamos en una especie de vestíbulo, a la derecha hay un cuarto que abandonado y desierto luce como las casas que se quedan sin dueños que, con el tiempo, se caen a pedazos. Es un pequeño salón que en alguna ocasión sirvió de velatorio. En el centro se eleva del suelo un cubículo de cemento de un metro de alto por 1.80 m de largo y 0.80 m de ancho. En el fácilmente se puede poner un féretro. Alrededor, pegadas a la pared, hay varias bancas también de cemento, y varios es­calones que forman una especie de altar en el cual se pueden colocar veladoras, en el centro de la pared, destaca una ven­tana que a pesar de lo sucio del cristal, difunde los fulgores del astro rey.

El Ing. Carlos Escobar

Nos introducimos pensativos y encontramos una tumba que nos llamó la atención, nuestros ojos se sintieron heridos ante el fuerte resplandor de mediodía que emanaba del sepulcro; después de acomodarnos en un ángulo menos cegador, con las manos limpiamos el polvo y pudimos leer el nombre del difunto que yace en esa tumba. Al hacerlo, a pesar del res­plandor nuestros ojos se agrandaron, y es que no era para menos, conocíamos la historia del ilustre huésped de este blanco sepulcro.

Corría el año de 1895, era la noche del 15 de mayo, y un hombre causaba revuelo y admiración en Culiacán, los aplau­sos y elogios hacia él no cesaban y es que este hombre era Carlos F. Escobar, quien ponía en marcha el servicio de la luz eléctrica en la ciudad. La perla del Humaya como la mayoría de las poblaciones de ese entonces, iluminaba edificios ca­lles y plazuelas con faroles de petróleo; así que la iluminación eléctrica de la ciudad, fue un gran acontecimiento comenta­do en todos los pueblos cercanos, y el nombre del Ing. Carlos F. Escobar pasó de boca en boca; ¿Pero quién era el Ing. Car­los Escobar?

En 1898 J.R. Southworth3 publicó una breve biografía de este hombre. Carlos Escobar era hijo de don Jesús Escobar, rico hombre de negocios mazatleco, propietario del servi­cio de tranvías de mulas del puerto. Don Jesús, después de que su hijo terminó la primaria, lo envío a estudiar al cole­gio Stonyhuist, en Inglaterra, a la edad de dieciocho años ingreso a la Real Academia de Minas e Ingeniería de Berlín, Alemania, donde permanecería por espacio de cuatro años. Después de graduarse el joven ingeniero viajó por Europa y Estados Unidos consolidando sus conocimientos técnicos.

En 1892 regresa a Mazatlán y se incorpora a los negocios de su padre; En 1894 se presentó en Culiacán con el proyec­to de instalar una empresa que proporcionara luz eléctrica a la ciudad, este proyecto fue aprobado, y fue así como la ciudad contó por primera vez con el alumbrado eléctrico. El joven in­geniero obtuvo un contrato jugoso para aquel tiempo, recibiría 10 mil pesos anuales por el servicio de 50 focos de 1200 bujías cada uno.4 Además compró una fábrica de hielo, y su negocio se llamó Empresa de Luz Eléctrica y Fábrica de Hielo. Su do­micilio fue en la calle de la sirena número 51 (Hoy Ignacio Za­ragoza). Por un tiempo al Ingeniero Escobar le fue muy bien, solo que la instalación de la empresa agotó el capital del joven empresario, quien al poco tiempo se encontró con deudas al por mayor, ya que la instalación eléctrica sufría constantemen­te de desperfectos que no podía solucionar por falta de fondos. Así es que en 1901 el ayuntamiento le rescinde el contrato. y en 1906 ante las múltiples deudas se remata la empresa adqui­riéndola Antonio Tarriba, rico empresario norteño.

Don Francisco Verdugo Fálquez5 cronista de Culiacán co­mentaba en Las viejas calles de Culiacán, que el ingeniero Es­cobar no sólo adquirió los conocimientos en Alemania, sino que se contagió del carácter bélico de los alemanes; tan así que crió una jauría de feroces perros con los cuales espantaba los cobradores de su casa, y cuando salía lo hacía con ellos como guardianes. El ingeniero Escobar sufrió una tragedia familiar y es que su único hijo, siendo un niño, murió ahogado en una creciente del rió Tama­zula, habiéndose compuesto un corrido por este trágico suceso.

El gobernador, general Francisco Cañedo antiguo amigo del padre del ingeniero, lo nombró colector de rentas en Capirato y Pericos donde desempeño el car­go hasta 1908, año en que murió asesinado por Juan Bautista Castro. El periódico Mefistóles6 publicó la re­lación de los hechos gracias a un corresponsal que se encontraba en Mocorito. El telegrama que llegó al periódi­co dice así:

Escobar iba de esta villa (Mocorito) para el Palmar, cuando divisó a Juan Bautista Castro, que lo esperaba para reclamarle, porque le había echo un avaluó altísimo de sus propiedades. Escobar y Castro se hicieron de palabras cam­biándose duras frases y riñeron, Escobar al disparar, hizo blanco en Castro, pero se le espantó la mula tumbándolo y, al caer, hizo fuego por segunda vez el arma, pero en esta ocasión de manera casual, pues el occiso tenía el pantalón quemado del fogonazo.

Castro ya herido, se le echó encima con su machete, pues no debe de haber llevado pistola, a pesar de que la usaba constantemente, y en el suelo le dio el primer ma­chetazo, que dividió totalmente la mano derecha de Esco­bar, del segundo golpe, le abrió la izquierda y después se ensañó cruelmente, causándole las demás heridas que le ocasionaron la muerte. Días después se recibió la noticia de que Castro todavía no era detenido ya que huyó a la sierra.

Mis dedos acariciaron las letras grabadas en la lápida, “CARLOS F. ESCOBAR, INGENIERO –Nació el 22 de Agosto de 1865–. Falleció el 31 de Diciembre de 1907” Al recordar la historia de este hombre sin quererlo suspiré, y es que la vida tiene tantos contrastes. Este hombre conoció las más bellas ciudades de Europa, tuvo una educación privilegia­da, fue un profesionista reconocido, conoció la riqueza, y tal vez la felicidad, sin embargo, de que forma tan absurda vino a morir. Sus restos yacen en esta tumba del panteón de Mocorito. ¿Habrá quien le traiga una flor?, ¿o le rece una oración por el descanso de su alma?.. Una inmóvil iguana sostenida por sus largas uñas clavadas en el áspero tronco de un viejo árbol, me observa. Al incorporarme de la tumba del Ing. Escobar literalmente desaparece de mi vista.

Nos retiramos del panteón Reforma y de nuevo entra­mos en la ancha avenida que nos conducirá al pueblo y recor­damos las palabras de don José Alatorre: “No es a los muertos a quien hay que tener miedo, ¡es a los vivos, a los que hay que temer!”.

1 José Ramón Velásquez, Apuntes de Mocorito, 1994 COBAES- H. Ayun­tamiento de Mocorito Pág. 25
2 Entrevista grabada, Archivo del Autor.
3 J. R. Southworth “Sinaloa Ilustrado”, 1898, Págs. 63, 64 y 65. Reedición del Gobierno del Estado 1980.
4 Eduardo Frías Sarmiento “Un Empresario en Culiacán Revista “Clío” de la Escuela de Historia de la U.A.S. No. 11, Mayo-Agosto 1994 Pág. No. 149 a 155.
5 Francisco Verdugo Fálquez . “Las Viejas Calles de Culiacán” Págs. 34,35, y 36. editó la Universidad Autónoma de Sinaloa, Colección Rescate No. 8 1981.
6 Mefistóles, Culiacán, Enero 3 y 7, 1908, Pág. 2 microfilmado del AGN.

*Miembro de La Crónica de Sinaloa

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