Tomado del periodico Noroeste
Por Adrián García Cortés*
“El pueblo que es ingrato con sus grandes hombres, se expone a no tener por servidores, más que a los que buscan en la política un camino para enriquecer y sofocar todas las pasiones nobles y generosas”. (Vicente Riva Palacio. Episodios Históricos de la Guerra de Independencia, T. I. 1910).
Cumplidos los festejos septembrinos por la Independencia; celebrados los Niños Héroes y satisfecha la conmemoración fundacional de los 479 años de Culiacán, un gran vacío lamentó la conciencia histórica. Nuestra Independencia, tan exaltada por los inicios de su guerra o de su grito, no tuvo espacio para su consumación. Pasó por alto, como pasa todo aquello que el santoral oficial no tiene la gana de recordarlo. Nuestros héroes son puros; no admiten desviaciones humanas, y como tales tenemos que venerarlos. Pero aquellos que discreparon en su momento con las fuerzas del poder dominante, esos van al paredón del oprobio. Así fue con Iturbide, con Santana, con Miramón, con Porfirio Díaz, los antihéroes de los libros de texto oficial.
Monarquía hereditaria que no la república
En este bicentenario tan celebrado, la Independencia de México no se consumó. ¿Habrá que esperar al 2021 para reconocerla? Porque a decir verdad, los sacrificios de Hidalgo, Morelos y sus seguidores, si bien detonaron las ansias de liberación de tres siglos de dominación, no alcanzaron ningún éxito sino hasta el 27 de septiembre de 1821, cuando Iturbide, siguiendo la línea de los que la iniciaron, consolidó, aunque brevemente, lo que aquellos habían pregonado y por lo cual se alzaron en armas: una monarquía hereditaria, y no un república. Sólo dos años, nueve meses y 22 días subsistió el sueño imperial de Iturbide. Únicamente 9 meses perduró el grito de Hidalgo. Cinco años estuvo Morelos en la insurrección. A los tres los fusilaron; pero cuando el fuego del fusil le quitó la vida a Iturbide, otros eran ya los intereses. La monarquía moría para los nuevos políticos que forjaron la nueva nación; pero eran los mismos que ayer aplaudieron y ahora condenaban. Los pueblos evolucionan por razones generacionales; pero un hado fatal los conmina a que de tiempo en tiempo los cambios que deban darse sean siempre dolorosos. Tal parece que el sacrificio de la mujer por el parto de un nuevo ser, se paga siempre con dolor (aunque ahora la medicina, o sea el conocimiento científico y humano las haya liberado); se repite en el cambio generacional, y en ello se baten todos los factores o actores para la preservación de la nueva vida. Pero en esa nueva vida, lo que las generaciones necesitan, es que no haya culpables ni inocentes, sino todos actores de un mismo objetivo, de un mismo sueño, que para eso el ser humano fue dotado de inteligencia y sabiduría.
Riva Palacio, al quite del villano histórico
En el juicio a Iturbide hemos hallado una narración episódica de Vicente Riva Palacio, nieto de Vicente Guerrero, liberal de cepa y talentoso escritor de finales del siglo XIX, quien nos dice lo siguiente:
–Once años de lucha, un mar de sangre, un océano de lágrimas. Esto era lo que el pueblo de la nueva España había tenido que padecer desde el 16 de septiembre de 1810 hasta el 27 de septiembre de 1821. He aquí dos broches de diamantes que cierran ese libro de la historia en que se escribió la sublime epopeya de la Independencia de México.
Ese 27 de septiembre concluían trescientos años (1521- 1821) de dominación y de esclavitud. ¿Quién que ame a su patria, no ha de recordar ese día, cuando la nación mexicana empezó a ser? El parto se prolongó once años, pero finalmente, el niño nació, si no con ojos azules con los colores múltiples con que México se ha mostrado casi 200 años. Otros intereses, sí, quizás los no más deseables por las intromisiones extranjeras que desde entonces le han dado al país nuevas dependencias; pero en todo caso, como forma de nacer y para sobrevivir, tenemos que admitir que así nacimos, y que en mucho dependerá de los mexicanos curarse de los virus transmitidos y renacer con nuevos ímpetus a la nueva independencia que nos espera en el siglo XXI
La noche fatal del osado emperador
Don Vicente relata el final de esta historia de una manera magistral:
–Era la tarde del 15 de julio de 1824. Frente a la barra de Santander (Tamaulipas), se balanceaba pesadamente el bergantín Spring anclado allí desde la víspera. Sobre la cubierta del bergantín había un hombre que tenía fija la mirada en la playa… Los contornos de la tierra desaparecieron entre la obscuridad, las estrellas brillaron en el negro fondo de los cielos, y asomaron sobre las inquietas olas esos relámpagos de la luz fosfórica, que son como las fugitivas constelaciones de esa inmensidad que se llama el Océano.
Sin más detalles, así fue la aprehensión: Iturbide desembarcaba confiado en que el gobernador militar Felipe de la Garza, tendría una plática con él para exponerle sus planes. El general fue a recibirlo, pero no como simpatizante, sino como su carcelero. Ese mismo día, según sus intenciones, pretendía ejecutarlo, valido de un decreto del Congreso que proscribía el acceso del ex emperador a la República; mismo que De la Garza lo había convertido en una orden de ejecución inmediata tan pronto tocara tierra. Llegado a Soto la Marina decidió ejecutarlo; pero no queriendo asumir la total responsabilidad, se trasladó a Padilla, donde se hallaba el Congreso local para que ratificara la sentencia. Únicamente tres días le permitieron tocar tierra mexicana. La tarde del 19 de julio fue fusilado.