Por Faustino López Osuna*
Concordia, dice el diccionario, es “conformidad, unión de voluntades”. Su nombre, otrora Villa de San Sebastián, devino del acuerdo alcanzado por la masonería local, institución que ahí superó añejas divisiones y discordias.
Concordia, hermosa joya colonial engarzada en la Sierra Madre Occidental, constituyó el paso obligado de la colonización de la porción de la República que abarca Sinaloa, a partir de la Nueva Vizcaya, hoy Durango, con las meteóricas y alucinantes travesías del casi adolescente capitán Francisco Ibarra, leyendo ligada al viejo mineral de Pánuco.
Como una digna celosa de la preservación de los suyos, Concordia deja su impronta en la heroica lucha contra la intervención francesa; sus mujeres, encabezadas por doña Encarnación Osuna de Valdez; combaten con bravura la ocupación de su ciudad, arrojándole al salvaje agua hirviendo a su paso. El generoso suelo concordense se cubre de gloria, en la misma gesta republicana, al liberar en él recios combates contra las huestes napoleónicas, el ínclito patriota Domingo Rubí.
Su profunda vocación por la carpintería y la alfarería, da a Concordia un timbre de orgullo, al preservar los oficios luminosos de la artesanía en muebles, originalmente de cedro y venadillo, y en vasijas y macetones de colorido barro. Por los cuatro puntos cardinales de Concordia, el variado y múltiple perfume de las más diversas maderas aserradas y pulidas en sus carpinterías, inunda el aire, confundiéndose con el dulce aroma del cercano y prestigiado pan de Mesillas.
Su galería de grandes personajes en la historia del municipio y de Sinaloa, evoca los nombres de Fray Bartolomé Soto de Paz en los tiempos de la evangelización, Ramón Corona, y los de don Ricardo y don Clemente Vizcarra Franco, precursor, uno, de su industria mueblera y, otro, destacado hombre de letras, abogado y maestro emérito. Perviven, también, en la memoria popular, Chendo Piña con su don alfarero, don Arcadio Silva, “Maravilla”, con su consagración en el béisbol de los abuelos, Livia Manjarrez Garay con su arete y Agustín González “El Chimi” con los típicos raspados.
El rumor, bajo tierra, del perseverante minero y, sobre la superficie, del rodar bronco de las aguas serranas que nutren los afluentes del rio Presidio, hacen musical el alma de Concordia, con ritmos de sentida danza y mazurca repiqueteante y armonías profundas, como veneros silenciosos, o atronantes, como tubas y trombones. A principios del siglo pasado, integraron su prestigiada Banda de Música Municipal, entre otros, el gran compositor rosarense-escuinapense don Severiano Moreno y un hermano de Genaro Godina autor de la inmortal “Marcha de Zacatecas”. Su calidad y popularidad hicieron que Rafael Buelna, en plena Revolución, la incorporara a sus filas cuando se dirigía a tomar Tepic.
Antiguos y modernos músicos, cantantes, arreglistas, compositores y orquestas, enriquecen el cancionero popular de Concordia; Sebastián Sánchez, Chilo Morán, Fructuoso Gándara, Epifanio Páez Elizondo, ”El Tejano”, Luis Garzón, Alejandro Ornelas, José Ramón Aguilar Zatarain, José Ángel Garay Alcaraz, Humberto Pini Bernal, Mario Rojas, José Antonio “Mimoso” López Flores, Los Hermanos Sánchez, Los Hermanos Osuna, La Banda San José de Mesillas, La Banda Dominguera, Los Tejanos de Tepuxtla, La Conquistadora, La Banda Verde, La Banda Paty de Abel Burgueño, Roberto Páez Alberto Zamudio Reyes, José Ramón Rojas Garzón y Manuel Hernández Rojas.
Enhiesta, rescatada por las altas cumbres tutelares, Concordia, además del trato cálido y amable de su gente sensible y laboriosa, guarda muchas historias que trascienden la leyenda: Porfirio Díaz, antes de arribar al poder, solía refugiarse en San Juan de Jacobo; de Aguacaliente de Gárate sólo surgió la trágica conflictiva agraria del Sur en los años 30. Como contrapartida, de ahí también surgió, a decir del Maestro Manuel chino Flores y don Miguel Valadés Lejarza, Cronista de Mazatlán, la danza “El Niño Perdido”, herencia musical que enriquece la cultura sinaloense.
El señorío de El Verde, el caserío suspendido entre el precipicio y el cielo que es Santa Lucía, el aroma de mangales deliciosos que sale al encuentro del viajero en Malpica, el tiempo detenido sobre una poltrona en un portal color ciruela de Aguacaliente de Gárate o el horizonte monumental de una postal de Copala, son una invitación sincera para adentrarse más en el proverbial conocimiento de Concordia.
El concordense
Corrido
L y M de Faustino López Osuna
Señores den su licencia
y escuchen este corrido,
quiero cantarle a mi tierra
y al pueblo donde he nacido.
Yo nací en Aguacaliente
de Gárate, antes de Pardo,
municipio de Concordia,
de Sinaloa el Estado.
Yo nunca cobro favores
pues sé ganar mi dinero,
soy concordense, señores,
y de eso jamás me afrento.
Pánuco es tierra de minas
lo mismo la de Copala,
de buen pan la de Mesillas
y no se olvide Zavala.
Qué hermosas las concordenses
desde Palmito a Malpica,
lo mismo que por El Verde,
la Guásima y Cienegulla.
Yo nunca cobro favores… etc.
Sierra de Santa Lucía
de Santa Rita y Tepuxtla,
cuando me voy de cacería
a mí el temor no me asusta.
Ya me despido, señores,
termino aquí este corrido,
me voy con rumbo a Huajote
y al pueblo donde he nacido.
Yo nunca cobro favores… etc. y fin.
Economista, compositor y director del Museo de Arte Mazatlán