Por Juan Cervera Sanchís*
Entre el agua y la luz y entre la luz y el agua se debate, en círculos y relámpagos, la poesía de Octavio Paz. Se podría decir el poeta desarrolla su obra obsesionado por la inexpresable irradiación electromagnética, que llamamos luz, y por el compuesto químico, que denominamos agua.
Llegamos, por momentos, a pensar que la poesía de Paz es ella misma agua y luz.
Sí, esta poesía se encierra, por más que parezca dispararse en supersónicos pálpitos, en redonda geografía de luz y de agua. Surtidor de trabajadas emociones. Fuente de inteligencia. Cántaro de equilibrio. Vaso de exactitud. Y luces y más luces de un mismo foco. Húmeda luminaria capaz de hacernos entender la raíz de las paradojas.
Con una extraña ciencia, esa que brota del corazón en edad de perihelios, Octavio Paz nos aproxima a la luz y nos da a beber, “arrastrando en sus aguas dulces fechas”, aguas insospechadas. Poeta de la luz y del agua, en celestiales movimientos, puede rasgar, con los puñales de su canto, la espesa frazada del misterio. Y canta así:
“Inmóvil en la luz, pero danzante,/ tu movimiento a la quietud que cría/ en la cima del vértigo se alía/ deteniendo, no el vuelo, sí el instante./ Luz que no se derrama, ya diamante,/ detenido esplendor del mediodía,/ son que no se consume ni se enfría / de cenizas y fuego equidistante. / Espada, llama, incendio cincelado,/ que ni mi sed aviva ni la mata, / absorta luz, lucero ensimismado:/ tu cuerpo de sí mismo se desata/ y cae y se dispersa tu blancura/ y vuelves a ser agua y tierra oscura.”
Agua, a borbotones de venero, en flor de hontanas, cruza, como un emporio de ríos, la mar poética de Octavio Paz, ya desde sus iniciales poemas de “Luna silvestre”, así como la luz, para ensancharse en rápidas y radiantes llamaradas en “Bajo tu clara sombra”, y continuar creciendo por “Entre la piedra y la flor”, “A la orilla del mundo”, “Semillas para un himno”, “Piedra de sol”…
El agua, entre “espadas de luz”, en pos de sorpresivos rescates, persigue su “pasado de agua” y presiente su futuro de agua en esta poesía siempre luminosa, surgida y creada en luz de luz:
“Un cuerpo, un cuerpo solo, sólo un cuerpo,/ un cuerpo como un día derramado/ y noche devorada:/ la luz, la luz, henchido río/ que navega perdido/ sin asir una orilla…” Siempre, y en todo momento, cuerpos o ideas, en Paz son agua y luz. Tal un destino fatal, por más que a él mismo le pueda parecer una inclinación consciente. Lo inevitable, como “sedienta tierra” y “hambre de orillas ciegas”, se convierte aquí en diáfana y líquida realidad o ensoñación. ¡Quién sabe! Las Moiras dirigen incluso lo que nos parece que estamos dirigiendo. En la poesía de Octavio Paz, en “su latir de corrientes”, la luz encalla, como un destino imperativo: “Vivimos sepultados en tus aguas desnudas”. El poeta lo sabe, aunque niegue saberlo, pero lo sabe, sí, lo sabe: “Dueles, recién parida, luz tan en flor mojada;/¿qué semillas, qué sueños, qué inocencias te laten,/ dentro de ti me sueñan, viva noche del alma?”
“Herida y fuente” es esta poesía inventada en sí misma y hecha de restallantes percepciones y esclava y señora de sus “círculos concétricos”. En su “quieto resplandor”, que “inunda y ciega” al buscador, es decir, al poeta, éste se busca a sí mismo y en sí mismo gusta perderse, “disuelto en su corriente”, como “río pensativo” y en su”aprisionada luz”. El poeta sabe lo que sabe, y lo sabe muy bien:
“Alma canta, cara al cielo,/ y sueña en otro canto,/ sólo vibrante luz,/ plenitud silenciosa de lo vivo”. En silenciosa plenitud, vivo, entrevé la vida: “Los huesos son relámpagos/ en la noche del cuerpo./Oh mundo, todo es noche/ y la vida un relámpago”.
Luz y más luz por todas partes en esta poesía donde el poeta y la luz se desnudan, mientras interroga, el poeta, “a cada esplendor”, seguro de que aún no ve. El poeta de la luz ¿está ciego? El poeta del agua, ¿se muere de sed? Es muy posible. Yo diría que es casi cierto; y “ese que vive entre las aguas” aún no sabe cómo beber y aunque “la luz lo toca” todavía no puede tocar la luz. Realmente que quiere decir “lo más fantásticamente”, “también el llanto sirve de almohada”. El agua, claro, claro el agua:
“Altos muros de agua, torres altas,/ aguas de pronto negras contra nada,/ impenetrables, verdes, grises aguas,/ aguas de pronto blancas, deslumbradas…”
El agua junto a la luz, lo es todo en esta poesía. El poeta está de esta manera “anegado en su sombra-espejo”. Duras o blandas aguas y “luz en la cima de la ola”. La voz de Octavio Paz es como “unos ojos líquidos”, que huyeran por la memoria, rodeada de olvidos, de la luz:
“Cuando la luz extiende su dominio/ e inundan blancas olas a la tierra,/ blancas olas temblantes que nos ciegan…”
Y, en la ceguera, el poeta advierte: “Nada sino la luz. No Hay nada, nada/ sino la luz contra la luz rabiosa,/ donde la luz se rompe, se desangra/ en oleaje estéril, sin espuma./El agua suena. Sueña./ El agua intocable en su tumba de piedra,/ sin salida en su tumba de aire./ El agua ahorcada,/ el agua subterránea,/ de húmeda lengua humilde, encarcelada”.
El agua-hombre y el hombre-agua. El agua vida y el agua luz se precipita y mágicamente se recoge verso a verso en la poesía agua-luz de Octavio Paz, un poeta hecho de luz y agua en evocación constante y subliminal del Génesis, que estremecedora y genésica es su poesía.
* Poeta y periodista andaluz.