Por Pablo Gastélum*
El viernes 13 trece de agosto, pasadas las catorce horas, estaba consagrado a ingerir los sagrados alimentos en mi casa, cuando recibí una llamada telefónica de mi compadre Federico Bazúa Aguerrebere, quien me convida a participar en una cabalgata a realizarse al día siguiente, lo que me pareció oportuno, a pesar de mis prejuicios respecto a “los de a caballo y empistolados”.
Nos fuimos por la tarde rumbo al kilómetro 101, carretera Culiacán-La Cruz, en donde se localiza el “Rancho La Rosa”, propiedad de mi compadre Bazúa, hermoso rancho con jardines, caballerizas, taller, fuentes, cortijo, bodegas, maquinaria agrícola, un hermoso canal, arboledas, asador y horno de bóveda de ladrillo, cuartos para empleados y huéspedes, animales domésticos y de corral; así como un proyecto de casa empotrada para guardarse de las posibles inundaciones. Fuimos recibidos por personal del rancho quienes nos dieron la bienvenida; así como los animales, unos patos buzos que adornan las copas de los arboles, que más que parpar, emiten un sonido parecido al gruñido de los marranos. Mi compadre me invitó a caminar por los alrededores y me explicó de algunos proyectos de construcción y siembras. Después de buena plática, unas chelas y cena, me dispuse a leer un poco y “buenas noches doña Chuy”.
Estuve leyendo en la madrugada un libro muy interesante intitulado “El seductor de la Patria” de Enrique Serna, tocante a la vida y vicisitudes de “Su alteza serenísima don Antonio de Padúa López de Santa Anna” y cuatro nombres más.
Amaneció y al rato una lluvia que pensé podría echar a perder la faena del día, pero no fue así, porque después de ½ hora, quedó un nublado que nos acompañó durante toda la jornada y por si fuera poco un aire fresco por demás agradable. Disfrazados de campiranos, por lo menos el que escribe, magnifico desayuno ranchero de carne machaca y carnitas, jugos y buen café, en una gran mesa bajo una carpa ex profeso para el evento en casa de uno de los promotores del paseo en mención, mi amigo Jorge Félix, agricultor de la comarca y cuñado de mi compañero de la Facultad de Leyes, el Lic. Sadol Osorio. Iniciamos el recorrido, previo al cual se ensillaron los caballos que traíamos desde la casa de Bazúa en un carro especial, en trayecto de aproximadamente de 8 kilómetros; estuve muy pendiente de cómo se ensillaban los caballos, haciendo discretamente algunas preguntas, para que no me salga lo ignorantemente citadino. Había una gran algarabía, pues estaban llegando los últimos; la música que amenizaba desde unas grandes bocinas instaladas en una camioneta con interpretaciones principalmente de Antonio Aguilar; algunos caballos estaban bailando y haciendo pequeños recorridos, cabriolas y caracoleos, mostrando sus gracias unos y otros su preeminencia, pues los garañones o enteros son cabrones que no aceptan ciertos acercamientos de otros caballos y lo muestran con retobos. Es bonito ver una columna de aproximadamente de 60 caballos de distintas razas, tamaños, colores y monturas que van desde las sencillas de cuero, a las más elaboradas, recamadas de plata y filones de oro, con todo el enjaezamiento y belleza que la cultura charra, tejana y española lo permite. En la parte trasera de la columna venía una pick-up con refrescos y cerveza, lo que le daba movilidad y alegría al equipo. Caminamos durante cuatro horas a partir de las 11 de la mañana, con una ruta en redondo, por caminos vecinales y pasando por pequeños pueblos, villorrios y caseríos, cruzando arroyos, canales y pequeños puentes. Las gentes que habitan la región con cierta sorpresa y alegría presenciaban el desfile aquél, el ganado que se encontraba en los corrales, se aproximaban a los cercos para hacer lo mismo, cosa que observé igual que ellos con mucha curiosidad.
En el recorrido tuve oportunidad de tratar con algunos de los participantes, ningún “pancho pistolas”, ni nada que se le parezca, todos estaban en la mejor disposición de alternar, cosa que hace más grata la travesía, había: ferreteros, sobadores, chamanes, transportistas, caporales, comerciantes, agricultores, ganaderos, diversos artesanos y universitarios con quienes se departía en franca camaradería. Llegamos al fin del paseo debajo de un macapule de más de treinta metros de diámetro de sombra, en donde nos esperaban mesas dispuestas para servir una barbacoa y más bebidas ambarinas, tequila y whisky de lo que dimos cuenta hasta llegada la noche; obviamente amenizados por un trío muy alegre de acordeón, guitarra y guitarrón llamado “La triada”, procedente de Culiacán, saltaron los artistas, pues en estas tierras abundan tanto como los directores técnicos naturales de equipos de foot-ball.
Qué bueno que se sigan conservando estas tradiciones y el buen gusto por la música de banda regional para preservar algo que nos integra y da sentido a nuestras vidas.
*Notario campirano.