Nacional

Leopoldo Ramos, hombre de un solo amor

Por domingo 29 de agosto de 2010 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

Leopoldo Ramos siempre recordó de manera entraña­ble sus días como telegrafista de la División del Norte y era por ello que gustaba que le llamaran “telegrafista y poeta”. Anteponiendo el telegrafista al poeta, Fue además un destacado periodista. Durante años escribió en el dia­rio “Excelsior” la columna “Plegaderas”, aunque en realidad Leopoldo Ramos fue por sobre todo un poeta.

Entre sus libros de poesía recordamos “Urbe, Campiña y Mar”, 1932; “Presencias”, 1937, y “Mantel Divino”, 1950. Leopoldo Ramos nació el 8 de junio de 1898, en El Triunfo, Baja California. Murió en la ciudad de México el 5 de enero de 1856. A su sepelio únicamente asistieron dos poetas: Miguel Bustos Cerecedo y Carlos Pellicer.

La poesía de Leopoldo Ramos yace hoy en las catacumbas del olvido y, contra el olvido, en algunas librerías de viejo del centro histórico de la ciudad de México.

Sí, difícil, muy difícil, aunque no imposible, es hoy encon­trar algunos de los bellos y conmovedores libros de Leopoldo Ramos. Libros donde podemos leer poemas breves e intensí­simos, como éste:

Hombre de un solo amor he sido/ porque hay sólo una
vida y sólo una poesía./ Hombre de un solo amor,/ porque
hay sólo una madre y una honra,/ un solo Dios y un solo
hombre./ De un solo amor porque hay un infinito/ y nada
más, y una hora.

Si ahondamos en la poesía de Leopoldo Ramos nos ha­remos sus asiduos amigos y lo leeremos y lo releeremos con gusto. Él nos dejó poemas estremecedores y bellísimos como su “Elegía al poeta José D. Frías”. Retrato vivo de aquel ángel de la bohemia mexicana, el vate dipsómano llegado de Que­rétaro a la capital de la República y que, a más de poeta, fuera corresponsal de “El Universal” en Europa durante la guerra mundial que agitó el mundo en 1917.

José Dolores Frías impresionó con su poesía y su modo de vivir, siempre frente a una copa de brandy, en “El Salón París” y en la cantina “La Covacha” de la ciudad de México, donde pasó muchas horas y días y noches de su vida.

Leopoldo Ramos nos dejó el más hondo y colorido retrato elegíaco del poeta queretano. Por cierto que Julio Sesto, el periodista y poeta español que vivió tan hondamente lo mexi­cano de su tiempo, también escribió un corrido sobre la vida y la muerte de Frías.

Leer a Leopoldo Ramos hoy es descubrir un México litera­rio muy diferente al actual. En sus huellas de vida y arte en­contramos versos como éstos:

¡El poder del recuerdo! La Poesía/ cargada de murmullos/
como el silencio de una selva…/ Te siento tan lejana/ que
necesito asirte de algo./ ¡Tu nombre es un objeto en esta
hora/ de la memoria enternecida,/ cuando es una colonia
de gardenias/ el fondo del recuerdo!…

Es mucho y mucho más que un juego de imágenes o una simple anécdota la poesía de Leopoldo Ramos, cuyo poder de seducción permanece en línea de transparencias cargadas de viva luz:

Morir para el paisaje en el desierto/ de una tarde de otoño,/
larga como un rumor en la arboleda, / y no tener más ojos/
que los ojos difusos del silencio./ y corregir las cosas/ sólo
con apuntar el pensamiento,/ sin llegar al deseo.

Profundidad, sutileza y belleza nos asaltan en la poesía olvidada, y a la vez tan presente, en el subconsciente de las almas sensibles, de Leopoldo Ramos, el telegrafista, el perio­dista, el poeta que nos sigue enviando estremecidos telegra­mas de amor a través de su siempre muy humanos y, por mo­mentos divinos, versos en sus libros perdidos que, de repente, nos salen al paso en las fabulosas y entrañables librerías de viejo, que se niegan a morir, contra el desaliento de la amari­llez del papel y la desolación del polvo, en el centro histórico de la enloquecida ciudad de México.

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