Por Óscar Lara Salazar*
Era la tarde del día 20 de febrero de 1911; una tarde gris sobre el cielo del mineral de Santiago de los Caballeros. Empezaba a caer el frío del atardecer, el que llega luego de ocultarse el sol. A lo lejos se ve venir un jinete a todo galope. Al llegar al patio de la casa, el gañán jala con fuerza las riendas al caballo; el animal ante el rudo jalón tiende a sentarse en las patas y se va rayando dejando surcos en la tierra. Mal se detiene el caballo, el hombre desmonta y deja caer la rienda. Era Nacho Contreras “El Chicuras” que traía un mensaje para don Eduardo Fernández Lerma.
—Eduardo, te manda decir tu compadre “El Chapeteado” (Martín Elenes) que mañana pasa por aquí Juan Banderas, que reúnas a la gente; que él ya habló con Iturbe y le dijo que confía en que sabrás responder al llamado de la revolución.
Otro día, para antes de la puesta del sol, la gente del viejo mineral estaba reunida en la placita, Juan Banderas parado sobre un banco de peonía y secundado por los principales de la región, encabezados por Eduardo Fernández, Martín Elenes, Valente Quintero, Eliseo Quintero, Mauro Valenzuela, Eligio Samaniego, Candelario Ortíz, Manuel Placencia, Fidel Carrillo, Layo Payán, Jesús Caro, Agustín Caro, y muchos lugareños más, que no titubearon ningún minuto para incorporarse a las filas de la revolución. El contingente se organiza y por la noche reclutan armas y voluntarios, y otro día emprenden la travesía rumbo a Durango, designando como jefe a Eduardo Fernández.
Eduardo Fernández nació en El Mineral de Santiago. Hijo de don Fermín Fernández y de doña Eduarda Lerma. Desde temprana edad muestra inteligencia y talento, por lo que su padre hace el esfuerzo de contratar a un maestro, que en otro horario le daba clases a los hijos de los administradores de El Mineral. Por un real al mes el mentor le enseñaba las lecciones de primaria, aunado a clases de francés, mismas que también enseñaba a los hijos de los directivos de la mina. Pero Eduardo ya no pudo continuar sus estudios, ya que la carencia de recursos de la familia lo obligó a trabajar como tayador y fundidor de metales.
Así trascurría la vida de este lugareño hasta que aquella tarde de febrero, el contingente de Santiago se reuniría con Ramón F. Iturbe, que era con quien habían contactado para su levantamiento armado. A las órdenes de éste participan en diversos combates, sobresaliendo la toma de la plaza de Culiacán a principios de junio de 1911. En esta decisiva batalla, los de Santiago pelean con valor y arrojo hasta la temeridad, sobre todo en combates nocturnos. Al término de ésta, Iturbe sostuvo una larga plática con Eduardo Fernández, lo que motivó que éste reuniera a su gente para decirle:
—Muchachos, he sido comisionado para conformar un cuerpo rural auxiliar montado de caballería que se denominará Los carabineros de Santiago de los Caballeros, el cual estará bajó mis órdenes y como segundo de mando, mi compadre Martín Elenes.
Así quedaba constituido aquel comando especial de hombres venidos de la sierra, todos expertos tiradores, hechos en la cacería, acostumbrados a disparar bajo la luz de la luna y con certera puntería que donde ponían el ojo ponían la bala.
Hombres de lealtad probada que lo demostraron a lo largo de su participación, entregando muchos de ellos su vida antes que fallarle al general Iturbe el inspirador de su creación como cuerpo revolucionario.
Una vez triunfante la revolución y después del arribo a la presidencia del apóstol Madero, las tropas son licenciadas y los carabineros de Santiago se reintegran a su pueblo, con el nombramiento de Eduardo Fernández como comandante de los rurales y jefe de guerrillas del municipio de Badiraguato.
Muy poco duró la inactividad de este grupo, ya que en Chihuahua se levanta en armas Pascual Orozco revelándose a Madero. Los Carabineros de Santiago por conducto de Eduardo Fernández son convocados para combatir a los orozquistas en aquella tierra, del mismo modo los comisionaron a combatir en otros frentes.
Luego vendría el golpe del usurpador Victoriano Huerta con la comisión de los asesinatos de Madero y Pino Suárez, la llama revolucionaria vuelve a incendiarse y el cuerpo de Los carabineros de Santiago son requeridos en la batalla. Se suman a los combates y en Mazatlán se baten con bizarría junto con el cuarto batallón al mando del general Mateo Muñoz, ahí Fernández Lerma recibe una herida en el brazo izquierdo que lo marcaría para siempre, pues le quedó un tanto encogido. Ahí también recibió el grado de mayor. Luego en los combates de Los Mochis y San Blas recibe el grado de teniente coronel, en inmediatos combates victoriosos recibe el grado de coronel.
Derrocado el dictador, vendrían las luchas internas entre las distintas fracciones revolucionarias. Los carabineros se mantuvieron fieles siempre al lado de Iturbe. A principios del mes de junio de 1915, se trasladan a San Blas porque esta plaza la querían tomar los villistas, que de Chihuahua partió la columna expedicionaria para atacar el norte de Sinaloa, por lo que se hacía necesario reforzar la defensa.
El día 5 de junio del mencionado 1915, los carabineros, en medio de una terrible sed, hambre y animales fatigados, llegaron al pueblo de Tehueco. Se fueron al río, donde pensaron refrescarse y refrescar la caballería, cuando de pronto descargas cerradas tupieron sobre ellos y ahí se armó la refriega. La lucha era muy dispareja, solo doscientos hombres del lado de los carabineros frente a centenares del otro.
Jesús Caro Iribe, integrante de aquel regimiento con grado de sargento primero, relata aquella odisea donde perdiera la vida el jefe de los carabineros.
Don Eduardo estaba furioso, porque entre los primeros muertos cayó el corneta, que era la persona a la que más cariño le tenía. Esto causó su desespero, y en medio del ajetreo, gritó:
—Martín (Elenes) llévate unos compañeros y rodea por el lado de abajo. Yo voy a entrar por este rumbo. Vamos a sitiar a esos tales por cuales.
Al dar la orden, tomó don Eduardo rumbo al recodo del río y luego oímos como iniciaba el ataque con brío. A mí me tocó el lado del mayor Martín Elenes. Avanzábamos por donde se nos había indicado, cuando nos alcanzó a la carrera el asistente de don Eduardo y dirigiéndose a Elenes, casi a gritos exclamó:
—Vengo por un caballo. Me manda el jefe. Necesita un caballo urgentemente. El que montaba lo mataron.
—Pues ¿Por dónde va mi compadre? Inquirió Martín.
—Por aquel lado. Se va metiendo entre los indios.
—¡Ah, que mi compadre! Allí está muy peligroso. Lo van a matar… y a nosotros también.
Luego despachó Martín al asistente con el caballo que le pedía y dirigiéndose al mayor Pablo García, le dijo:
—Mayor, ¿qué dispone usted?
—Lo que tu digas Martín.
—Pues opino que nos echemos sobre ellos a ver si favorecemos a nuestro jefe. De otra manera queda desamparado y su vida corre peligro.
—A darle.
Nos encaminamos decididos hacia el pueblo. Al llegar a las primeras bocacalles nos parapetamos entre las casas. El enemigo empezó a retirarse. Seguimos avanzando hasta cruzar el poblado para tomar el camino de San Blas.
Don Eduardo no aparecía por ningún lado. Todo el trayecto esperábamos que se nos reuniera, pero ni señales de él. Pasó un día luego otro y don Eduardo no llegó. Al tercero, lógicamente, considerábamos que había sucumbido en el combate o que algo muy grave le había ocurrido. Arreglamos los preparativos para tratar de localizarlo en Tehueco.
Llevábamos con tristeza un carruaje con el ataúd, donde pretendíamos colocar el cuerpo de nuestro jefe en caso de haber fallecido. Yo acompañaba al cochero. Los demás, adelante, a caballo. Todos íbamos afligidos, pero aún así, con el deseo de encontrarlo con vida, un rayo de esperanza anidaba en nuestro corazón.
Don Carlos Manuel Aguirre, en su libro “Los carabineros de Santiago” recoge la versión de los testigos de aquellos infaustos acontecimientos del día 5 de junio de 1915, platicaron lo que vieron:
Cuando don Eduardo recibió el caballo de repuesto, arremetió resueltamente contra el enemigo. Este tenía una ametralladora montada, con la que estaba causando verdaderos estragos entre los nuestros. Hacia allá se dirigió don Eduardo, disparándole a los artilleros, logrando así que huyeran algunos de ellos. Solamente quedaron tres individuos al lado de la ametralladora. El enemigo en su huída logra fortinarse con la ametralladora en un recodo del camino, de tal suerte que en la persecución de don Eduardo se encaja con ellos, quienes lo reciben a fuego abierto con aquella poderosa arma, cayendo ahí el jefe de los carabineros.
En Tehueco, el síndico informó que el día del combate, cuando ambos bandos se habían retirado, ordenó levantar a los muertos, que en gran cantidad quedaron tendidos por distintos lados, y no habiendo gente suficiente para que cavaran una tumba individual, los cadáveres fueron a reposar, colectivamente, en el fondo de una noria sin agua, casi en el centro del poblado.
Queríamos ver – aseguró Caro Iribe– si reconocíamos a los muertos, pero por el tiempo que tenían allí era imposible de sacarlos de la noria. Acercándome al brocal y estirando la cabeza al interior, con el auxilio de un reflector, logré distinguir el brazo de don Eduardo, que sobresalía entre los cuerpos hacinados. Un estremecimiento de horror recorrió mi cuerpo entero. Lo reconocí por la cicatriz que le dejó el balazo que recibió durante el sitio de Mazatlán. Además, la mano había quedado, desde entonces encogida y era fácil saber a quien pertenecía.
El hecho consternó a Los carabineros de Santiago, quienes junto con los hijos de don Eduardo, Fermín, quien tenía el grado de capitán primero y Jesús, con el grado de capitán segundo, se regresaron con el ataúd porque su cuerpo no pudieron sacarlo de la noria, dado el estado de descomposición por el calor de la temporada y lo gases acumulados en su interior. Aquella noria fue la tumba anónima de limpio revolucionario.
Ese fue el desgraciado destino de don Eduardo Fernández , un hombre valiente y auténtico, luego se le reconocería como el padre de una dinastía que ha hecho historia en Sinaloa. Y no menos triste e injusto fue el destino de todo el regimiento de Los carabineros de Santiago, que, como diría el mayor Eliseo Quintero Quintero, integrante de aquel regimiento de revolucionarios, y después de haber sido gobernador interino de Sinaloa: “todos los hombres del mineral de Santiago de los Caballeros, como una sola voluntad abandonamos nuestros más caros deberes para ir a la conquista de la muerte o cuando menos, los más amargos desengaños…”
me siento muy orgulloso de mi tatarabuelo EDUARDO FERNANDEZ LERMA y me encanta el rancho de santiago de los caballeros
Estoy orgullosa de ser tataranieta y bisnieta de dos GRANDES HOMBRES, del Coronel Eduardo Fernández y el Mayor Martin Elenes, fueron dos revolucionarios que quisieron que su pais fuera libre, fueron hombres que lucharon y que siempre seran recordados con cariño y admiracion. Atte. Lupita Elenes Fernández.
El Libro que se menciona en este articulo; «Los Carabineros de Santiago», narra las peripecias de un soldado de la Revolucion Mexicana, llamado Jesus Caro Quintero, escrito por mi padre; Carlos Manuel Aguirre, Don Jesus, venia a mi casa todos los dias a narrarle a mi padre las experiencias durante esos momentos historicos, y de alli nacio este libro, donde se mencionan grandes personajes Sinaloenses.
Yo tuve el privilegio de conocer a Don Jesus Caro y todavia recuerdo como me sentaba en la banqueta junto a mi padre a escuchar sus aventuras que con tanto deleite nos contaba. De alli escribi un cuento corto sobre las visitas del revolucionario al escritor.
Me enorgullece ser 100% Sinaloense y ser de acendencia de badiraguatences, mis padres EMILIO LOPEZ SALASAR Y LOLITA BELTRAN… tierra de gente honesta y trabajadora, agradesco al SR. OSCAR LARA SALAZAR por escribir este articulo en el periodico, me enorgullece el saber de personas que se interesa por su propia gente e historia, que con su sabiduria y cultura nos instruyen y nos dan conocimiento de hechos y acontecimientos marcados por la historia y de personalidades de nuestro Sinaloa querido… FELICIDADES SR. OSCAR LARA SALAZAR.
Me enorgullece ser parte de la dinastía Fernández. Bisnieta del Coronel Eduardo Fernández Lerma. Hombre revolucionario y de gran valor.
Me emociona saber estas grandes historias de gente muy valientes llenas de valor, mi abuelita adela valverde, fue esposa de Cirilo Serrano Caro , sus restos descansan en el poblado del potreritos a un lado de Santiago los caballeros y mi abuelita descansa aquí en california Q,E,P,D. Me contaba muchas historias de su pueblo querido, y mencionaba mucho a los belenes, Fernández y vienes y comentó que mi abuelo cirilo el indio haci era su apodo se llevaba mucho con Martín elenes,, deveras que bueno que encontré está página y quisiera saber más de esos famosos personajes y del pueblo de mi abuela y de mi madre Guadalupe Serrano,,que es Badiraguato Saludos a todos
Es agradable conocer historias y anecdotas de nuestra tierra sinaloense
Espero conocer algo mas de ellas
Gracias