Nacional

Los sueños de la razón

Por miércoles 18 de agosto de 2010 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

Aquel día, La Razón, despertó con los sueños invertidos y, aunque una vez más, salió gritando por las calles nadie la escuchó.
Lo más que consiguió fue que algunos se burlaran de ella y otros dijeran:
-Ahí va la razón vociferando sus locuras.
A lo que las personas honorables añadían:
-¿Para qué está la policía? Que la maniaten y la encierren en el nosocomio.
Otros, más drásticos, no se medían en su condena diciendo:
-Mejor que la maten de una vez por todas y la sepulten para siempre.
La Razón oía aquellos comentarios negándose a entrar en Razones y sabiendo a lo que se exponía, porque si bien La Sinrazón es cruel y astuta, La Razón, a lo largo de los tiempos, se ha caracterizado por su bondad y sinceridad.
Aquella mañana, sin embargo, no podía evitar los clamores de alarma y, en mitad de sus sueños invertidos, veía más allá que la maquiavélica Sinrazón, pero como La Razón sin La Fuerza está totalmente indefensa, cansada de recorrer la ciudad y gritarle sus verdades en la cara, sin que ésta se dignara escucharla, cayó en manos de un policía enojado y fue a parar a la cárcel y, cuando vino a darse cuenta, había sido acusado de todas las irracionalidades y maldades del mundo.
Lo inimaginable fue que el mundo, casi en su totalidad, había sido convencido, por los persuasivos medios de confusión, que La Razón era mucho más que una simple loca de atar.
Loa cargos más terribles cayeron sobre ella y la perseguida y aislada Razón acabó refundida en una celda sombría y sin saber qué hacer con sus preclaras y lógicas razones.
Pensaba y pensaba entristecida en Las Razoncitas, que se habían quedado huérfanas en el mundo y deseaba con todas sus sílabas poder comunicarse con ellas, escribirles una carta y decirles cuanto pensaba del mundo, de las Sinrazones y de las propias Razones, sus semejantes, y de sí misma. Había llegado, en su desolación, a duras conclusiones. Ella, tan justa y democrática, comenzaba a creer que La Razón sin el apoyo de La Fuerza, cualquier pícara Sinrazoncilla podía derrotarla, humillarla y silenciarla con unos gramos más de fuerza que tuviera, dado que el mundo no estaba todavía preparado para el ejercicio libre y soberano de La Razón.
Había que advertir de esto, pensaba, a las tiernas e ingenuas Razoncitas, tan indefensas ante la acometida de las perversas Sinrazones, y que vagan, las pobres, desamparadas por el mundo creyendo en las en los sueños y las engañosas fábulas multicolores que, en la imaginación de todas Las Razones, juegan al arco iris de lo perfecto y lo poético, unidas por los acariciantes y finos hilos de las siempre dulces fantasías.
Con los granos amargos de la realidad, enturbiando el cielo de su boca, La Razón pensaba en todo esto brutalmente incomunicada por La Fuerza ciega y aliada a La Sinrazón.
¿Qué podía hacer?, se preguntaba y sentía que no podía hacer nada, por lo que se aferraba a un relámpago de esperanza contra la idea del suicido que, por momentos, revoloteaba amenazante por su cabeza.
Idea que desechaba en nombre de La Razón misma, ya que el suicido en sí es un acto irracional y, La Razón, que es probable que esté a punto de morir en este mundo irracional nuestro, nunca jamás lo hará por la vía del suicido.

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