Por Luz Fernanda Azuela*
Cuando se celebró el primer centenario de la Independencia, el mundo manifestaba numerosos avances científico técnicos que habían transformado la imagen que tenían los individuos de su entorno y de sí mismos. El desarrollo de la geografía y de las comunicaciones habían trastocado la manera de concebir el espacio territorial; los medios para trasladarse de un punto a otro del país y los modos de comunicarse a distancia. Las relaciones del hombre con la naturaleza también se habían modificado: las enfermedades y su prevención se interpretaban a partir de nuevos paradigmas; los fenómenos astronómicos y atmosféricos se medían e intentaban predecirse; y el origen mismo del ser humano estaba en el centro de los debates. Todo ello manifestaba la presencia incuestionable de la ciencia y sus productos como elementos esenciales en la conformación de una cultura de nuevo cuño.
En México el panorama había cambiado como resultado del proceso de institucionalización de las ciencias que se había verificado en los últimos años, dando lugar a la emergencia del científico profesional y a la aparición de la ciencia como un actor social diferenciado. Porfirio Díaz había creado más de una docena de instituciones y organismos que albergaban la investigación científica profesional; México participaba en varios proyectos de carácter internacional y sus hombres de ciencia habían recibido el reconocimiento de sus pares tanto a nivel local como internacional. Entre las instituciones más relevantes destacaron las siguientes: Observatorio Astronómico Nacional (1876), Observatorio Meteorológico Central (1877), Comisión Geográfico Exploradora (1878), Dirección General de Estadística (1882), Instituto Médico Nacional (1888), Instituto Geológico de México (1891), Museo Anatomopatológico (1895-1901), Comisión Geodésica Mexicana (1898), Instituto Bibliográfico Mexicano (1899), Comisión de Parasitología Agrícola (1900-907), Instituto Patológico Nacional (1901), Instituto Bacteriológico Nacional (1905), Comisión Exploradora de la Flora y la Fauna Nacionales (1909), Museo de Historia Natural (1910).
Su acción colectiva tuvo influencia en diversos ámbitos de la vida social. Así, desde que el Observatorio Meteorológico comenzó a difundir el estado del tiempo, el clima dejó de ser asunto de los legos para convertirse en una cuestión científica. Un efecto análogo tuvieron los organismos que publicaron las predicciones de los fenómenos astronómicos o hicieron disquisiciones técnicas acerca de los terremotos, huracanes y otros sucesos de orden natural. Distintos establecimientos se aplicaron al estudio del territorio tanto en términos de su distribución espacial, como en cuanto a su clima, su conformación geológica y sus recursos naturales. Todo ello fortaleció la capacidad de control territorial del estado porfiriano y le proporcionó datos sobre su patrimonio natural. Los organismos médicos y sanitarios, tocaron fibras más sensibles de la sociedad, ya que analizaron las plantas medicinales y los remedios tradicionales con el objeto de crear fármacos nacionales; produjeron vacunas humanas y veterinarias; desarrollaron políticas de vacunación e higiene y construyeron cartografías médicas para determinar la distribución espacial de las enfermedades. Se abordaron materias científicas de frontera, como la bacteriología –de reciente aparición en Europa–, que se desarrolló en México contemporáneamente. Y en ocasiones se ganaron reconocimientos internacionales, como fue el caso de Alfonso Luis Herrera y Daniel Vergara-Lope, quienes obtuvieron el primer premio del Instituto Smithsoniano (1895) por una investigación de fisiología de la respiración.
Las actividades científicas tuvieron amplia difusión, ya que se promovió la participación en reuniones y congresos internacionales, algunos de los cuales se realizaron en México (Congreso Internacional de Americanistas, 1895 y 1910; Congreso Internacional de Geología, 1906). Varias reuniones tuvieron como corolario la participación de nuestro país en proyectos internacionales, como la Carta Geológica del Globo y la Carta del Cielo. Simultáneamente, los productos de la ciencia mexicana viajaron a las ferias internacionales más importantes (Filadelfia, 1876; Nueva Orleáns, 1885; París, 1889 y 1900; Madrid, 1892; Chicago, 1893 y otras), donde ganaron numerosos premios.
A nivel local había muchas oportunidades de entrar en contacto con la ciencia, ya que ésta se divulgaba en las publicaciones periódicas y en la prensa. Además, las asociaciones científicas y el Museo Nacional ofrecían conferencias y lecciones de temas científicos; amén de las actividades de las escuelas superiores -como los actos públicos de Ingeniería, de tradición centenaria-, donde se operaban aparatos, instrumentos y máquinas, y se efectuaban experimentos. Y de una manera por demás democrática, los globos aerostáticos que habían surcado los cielos de México desde el Siglo de las Luces, continuaron sorprendiendo al público con el prodigio científico-técnico de su vuelo.
Todo esto acontecía en un entorno cambiante, donde las comunicaciones habían acelerado el ritmo de vida y recortado las distancias. Los trayectos que antes requerían horas, ahora se efectuaban en minutos; y los que se realizaban en días enteros, podían consumarse en unas cuantas horas. Las noticias se propagaban instantáneamente por la vía telegráfica –inaugurada en 1851 y ensanchada en el Porfiriato– y mediante la comunicación telefónica, que se inició como un servicio entre las comandancias de policía (1878) y a la vuelta del siglo trascendió al ámbito doméstico. También la introducción del alumbrado eléctrico tuvo consecuencias en la vida social, las rutinas domésticas y las prácticas laborales. Los ferrocarriles que atravesaban las urbes dieron origen a las primeras ciudades dormitorio, como ocurrió en Tacubaya hacia 1900, cuando su línea eléctrica comenzó a recorrer en sólo 15 minutos, la distancia que el tranvía de mulitas había transitado en 40.
En el ámbito educativo el momento culminante para la vida científica del país se alcanzó en 1910 con la fundación de la Escuela Nacional de Altos Estudios donde se planteó la realización de investigaciones científicas originales. Con este objetivo se pusieron a su servicio los laboratorios de los institutos de investigación establecidos y se abrió paso a una nueva concepción del quehacer científico. Las ciencias dejaron de considerarse como prácticas a las que se podía acceder con un poco de entrenamiento y buena voluntad, para convertirse en especialidades que requerían de escolaridad. No obstante, la trascendente iniciativa se interrumpió en su etapa germinal debido al estallido revolucionario.
*Instituto de Geografía, UNAM.