Tomado del Periódico Noroeste.
Por Adrián García Cortés*
“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”.
(Aristóteles,384-322 aC.)
Un escritor italiano, Alberto Moravia (1907-1990) nos legó esta frase significativa: “La amistad es más difícil que el amor. Por eso hay que salvarla como sea”. Porque la amistad, según la define el diccionario de la RAE es un “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.
La amistad, pudiera decirse se aloja en la razón y el convencimiento para luego ubicarse en el corazón; en tanto que el amor es una manifestación del sentimiento que alternarse con la razón para que el trato humano se convierta en una comunidad de intereses.
POTENCIA DEL ALMA QUE DEBE CUIDARSE
No significa ello que ambos: amistad y amor sean incompatibles; pero como potencias del alma, una y otro comparten entendimientos y afectos que le dan a la vida humana su belleza natural. Son, desde otro punto de vista, formas de convivencia necesarias para que la humanidad continúe. Y cuando el pensador nos dice que a la amistad hay que salvarla, hay que creer que una buena amistad no se finca en el amigo sin defectos; o que el amor pueda darse sin riesgos de desviación.
¡Se quiere al amigo con todo y sus defectos; y se ama a la pareja aunque no compartan las mismas apetencias! Ni el amigo es puro en sus afectos, ni la pareja es perfecta en sus vínculos amorosos.
¿A qué viene todo esto? Simplemente a la reciente desaparición de un ser humano, que fue dechado de amistad, y que tuvo tiempo suficiente, frente a su propio infortunio, para prodigarnos en sus escritos, en el trato de su vida misma, lo que es ejemplo vivo de amistad.
SE NOS FUE EL AMIGO JOSÉ RAMÓN
Se nos fue José Ramón Díaz Fonseca, antes de su tiempo, respondiendo al llamado del Señor, tras haber padecido un cancer cerebral durante largos años, una operación quirúrgica que perforó su cráneo y una rehabilitación que le permitió donarnos cientos, miles, de consejos, de invocaciones y de lecciones de vida que son alivio para todo tipo de perturbación de la conducta. Se nos fue, sí, como un héroe de la adversidad.
A José Ramón lo conocí cuando Silvino Silva, entonces director general de Noroeste, se propuso extenderse a Mazatlán. La ciudad porteña de entonces, ayuna de una prensa y, sobre todo, de información veraz, oportuna y no comprometida, era una plaza casi virgen que requería de una apertura de comunicación social ajena al vaivén político.
Este hecho le abrió a Noroeste Culiacán un mercado que no imaginó. Con la sabia dirección de José Ramón y sus valencias múltiples de relaciones personales, colocó al nuevo periódico en la cumbre de la aceptación y fue primero en circulación, respetado en su veracidad, y creído en sus posturas ante las fuerzas del poder local, político, económico y grupal.
Sabía distinguir entre amistad y todo lo demás
Este encumbramiento de Noroeste Mazatlán le dio a la naciente cadena de Noroeste recursos superiores a los que tenía Culiacán; cosa que no ocurrió con el intento de repetir la hazaña en Los Mochis, porque éste fue casi siempre financiado por Mazatlán. Si en Los Mochis hubiere estado otro José Ramón, seguramente Noroeste no tendría rival que lo espantara.
Lo importante en José Ramón fue que siempre supo aunar su calidad humana a un despliegue de amistades que le siguieron a donde quiera que fuera. Porque sabía distinguir entre lo amistoso, lo profesional, lo empresarial y el hombre bueno que formó una familia que en su propia estructura heredó el don de la amistad. Por eso llegó a ser presidente de Ejecutivos de Ventas y Mercadotecnia.
CACHUCHA Y LENTES, IMAGEN INOLVIDABLE
Todavía activo, lo único que lo distinguía era su cachucha y sus ojos aumentados por un cristal que seguramente le daba más visión que de quienes lo visitaban.
Yo fui un amigo de lejos. Un tiempo lo visitaba en Mazatlán; después no supe más, hasta que me enteré que su familia lo había encomendado al personal de Residencial Otoño, obra extraordinaria de los Kuroda, con el concepto de ofrecer un hogar especial a quienes habían llegado a la edad de los recuerdos. Un hogar donde se tiene todo lo necesario para atender a esa clase de adultos que ya no pueden valerse por sí mismos, o que buscan la soledad de los iguales con quienes compartir gustos, sabores, juegos, baños en alberca, salones de gimnasia, biblioteca, billar y hasta un recinto de la nueva tecnología de la computación. Todo bajo vigilancia médica y enfermeras especializadas en geriatría.
Tuve muchas oportunidades de verlo en su último recinto. Fui varias veces a desayunar en ese Residencial porque ahí se reúnen los futbolistas de antaño. Pero no supe de su existencia, hasta que descubrí un día una placa en la biblioteca con su nombre. Intenté verlo varias veces: no era, ciertamente, la mejor hora. Pero la recomendación que se me dio fue que era preferible lo hiciera acompañado con un familiar. No se me dio esa ocasión.
De todo ello, y recordando su inmensa donación de amistad, me queda una frustración. No lo vi; y se fue.
Que el Señor lo tenga en su santo seno y desde ahí nos siga prodigando su amistad. Es lo único que puedo decir.