Por Rafael Garduño Garduño*
Se estarán cumpliendo 162 años de que un país mostró sus ambiciones para apoderarse de una gran extensión de tierra nombrada Texas.
Los Estados Unidos de Norteamérica mostraron sus intenciones desde principios del siglo XIX, en el año de 1809, hace 201 años, es decir, se cumplió el bicentenario de querer expandir “su territorio”. En aquellos tiempos el gobierno virreinal de Pedro de Garibay, enfrentaba graves problemas de dominio, en el territorio de la Nueva España por encontrarse, también, en los inicios del movimiento revolucionario, del México independiente.
Estos eventos, provocaron que hubiera una pérdida del control de las colonias virreinales en América, viéndose obligado a ceder, ante los representantes del gobierno norteamericano la parte territorial que corresponde a Florida, que ya había sido ocupada por fuerzas norteamericanas.
Durante el siglo XIX llevó a cabo la incursión punitiva que le permitió “tratar”, la compra de las tierras más allá del río Bravo.
Ya en el siglo XX, en el año de 1914, bajo un pretexto simplón, volvieron a las andadas e invadieron tierras mexicanas por Veracruz.
El tema histórico que trato, no es de alta relevancia -la invasión norteamericana a México de 1846 a 1848-, porque se sustenta en actos de oprobio y ambición. Por supuesto que si yo fuera gringo, entonces pensaría y escribiría diferente. Mucho se ha escrito de estos acontecimientos del siglo XIX, unos con más o menos pasión que otros, y ha sido tema de incontables discusiones, pero al fin y al cabo, debates sustanciales enriquecidos con argumentos extraídos de las páginas polvosas de los expedientes históricos que se resguardan, en muchas de nuestras instituciones.
Es fecha aún en que se continúa debatiendo si fue una guerra entre dos países, una intervención norteamericana, una invasión o quizá una “mexican war”.
Cualesquiera de todas ellas y con las excepciones semánticas, nos conducen a un hecho real, despojaron a México de una gran porción territorial.
Por eso cuando digo que este tema no es de gran relevancia, es porque estaría otorgándole un calificativo de guerrero a quien no lo tiene, empero si, podría otorgársele, merecidamente y considerando sus propias acciones, el de invasor, el de “paracaidista”, que obteniendo autorización para formar un asentamiento con gente estadounidenses en aquel enorme territorio llamado Texas, posteriormente se declararían independientes de México.
Pero el tema principal no se basará en los antecedentes que orillaron a luchar a dos grupos raciales diferentes, ni de los kilómetros cuadrados que se anexaron a los Estados Unidos de Norteamérica, o de los Tratados de Velasco o de Guadalupe Hidalgo, no, el tema tratará de cómo es injusta la vida, pero más el humano con sus semejantes, con su propia especie y raza.
Muchos mexicanos aparecen en las páginas de las ediciones históricas, pero muchos más que formaron parte del batallón de luchadores nacionalistas, no.
Estos no intervinieron en la firma de los tratados, sus apellidos no fueron Austin, Houston, Bowie, Travis o Santa Anna, Urrea, etc,. No ellos no fueron nombrados.
Sus nombres y apellidos están en los archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional, en espera de rescatarlos. Todos aquellos soldados mexicanos que lucharon por salvaguardar la soberanía de una incipiente república federal, merecen estar, no sólo en la lista de condecorados por el ejército, sino en las listas de todos los historiógrafos, de todos los investigadores de nuestra historia patria.
El soldado Saturnino Arriaga, perteneciente al Batallón de Inválidos, hombre pundonoroso que luchó en la batalla de Monterrey, no había sido reconocido con el grado de sargento, grado que le había otorgado el propio Presidente de la República por su valor mostrado en esta odisea norteña y que el general en jefe del Batallón de Inválidos no había querido proporcionarle, vaya usted a saber porque. Hubo la necesidad de que desde el Ministerio de Guerra se le “conminará” a dicho general, que le diera la información al soldado Arriaga y que además, se le pagaran sus sueldos con la categoría de sargento a partir del día en que había sido herido en la guerra contra los invasores norteamericanos.
Como este soldado, muchos más, tenientes, capitanes, mayores, generales, etc., que no aparecen en los libros de historia.
*Cronista auxiliar de Tlalnepantla de Baz, México.