Por Faustino López Osuna*
Mazatlán, del náhuatl mazatl, que significa lugar de venados, es más que la fecha de su fundación y menos antiguo que El Pozole, poblado sureño rumbo a Villa Unión. De acuerdo al cronista Enrique Vega, el primer ayuntamiento de este municipio se instaló el 2 de julio de 1837, trece años después de promulgarse la primera Constitución del país y seis después de constituirse el Estado Libre y Soberano de Sinaloa.
De norte a sur, Mazatlán ocupa el décimo quinto lugar de los municipios de la entidad. Su ubicación planetaria es, por decir lo menos, singular: el puerto se localiza a 14 kilómetros al sur de la línea imaginaria del trópico de Cáncer, paralelo al Ecuador, en el que se efectúa el movimiento anual aparente del Sol alrededor de la tierra. El océano Pacífico cubre sus playas con rumores y tonos de amatista y turquesa.
Mazatlán se distingue en el país, igualmente, como destino de sol y playa con cultura. En su centro histórico, que no desmerece frente al de Veracruz ni al de La Habana, el teatro Ángela Peralta fue declarado patrimonio de la nación. Aquí fue el último punto al que la inmortal diva arribó en su vertiginoso trayecto de soprano y en el que encontró, también, su último reposo. Aquí mismo nació y escribió su inmortal vals “Alejandra” el inspirado compositor Enrique Mora, vecino, en el panteón municipal, de la Peralta.
A principios de la década de los 40 del siglo diez y nueve, en el puerto se estableció y abrió sus puertas la alemana Casa Melchers, misma que, con sucursal en el Mocorito de la época, introdujo clarinetes, trompetas, trombones, tubas, charchetas o saxores, redoblantes y tamboras que, con el paso del tiempo, constituirían la dotación instrumental de la banda regional, uno de los principales y más apreciados elementos de identidad de los sinaloenses.
Timbre de orgullo lo constituye el hecho de que sean mazatlecos por nacimiento o avecindamiento, ocho distinguidos y brillantes intelectuales miembros de El Colegio de Sinaloa: José Ángel Pescador Osuna, José Ángel Espinoza Aragón “Ferrusquilla”, Federico Páez Osuna, Antonio López Sáenz, Enrique Patrón de Rueda, Jesús Kumate Rodríguez, Diego Valadéz y el fallecido Antonio Hass Espinosa de los Monteros.
Inspirándose en sus bellezas, a Mazatlán le han cantado grandes compositores mexicanos y le han dejado su impronta en hermosas melodías, como José Alfredo Jiménez, Gabriel Ruiz, Consuelito Velázquez y José Ángel Espinoza Aragón, entre otros.
Una de las nueve más grandes bailarinas de danza moderna de la tierra, Claudia Lavista, hizo suyo a Mazatlán por adopción y, con su Compañía Delfos le da la belleza de su arte exquisito, lo mismo que Rebeca Llamas, en danza folklórica, figurara como destacada integrante del Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández.
Igualmente desde estas latitudes, una gran tercia de artistas plásticos le dan a México su espléndida creatividad: Antonio López Sáenz, Roberto Pérez Rubio y Armando Nava.
Los alegres porteños realizan, desde tiempo inmemorial, uno de los más vibrantes y vistosos carnavales internacionales. Asimismo, para disfrute de sus habitantes y de turistas nacionales y extranjeros, durante la última década han consolidado el Maratón Pacífico Mazatlán, al que concurren atletas de nivel mundial.
La ciudad cuenta, para solaz del viajero, con tres islas frente a la bahía: Lobos, Venados y Pájaros; un malecón con una extensión de 8 kilómetros desde el que se atisba, justo al ocultarse el sol, un luminoso rayo verde, al momento en que se unen las dos inmensidades de agua y cielo en el horizonte, y tiene también un faro natural que ocupa el lugar sesenta y dos de todos los mares del planeta.
En infraestructura turística, Mazatlán cuenta actualmente con 276 hoteles y un total de 11,158 cuartos. Independientemente al turismo terrestre y aéreo, en temporada baja, que va de junio a octubre, como si fueran inmensas ciudades flotantes, cada semana atracan dos cruceros internacionales en el puerto y, en temporada alta, de noviembre a mayo, arriban 8 cruceros semanarios.
Sería prolijo hacer el recuento de todo lo que el esfuerzo humano realiza en este bullicioso concierto de marismas del estado, para contribuir al desarrollo del mismo. La pesca de altura, de bahía y estero. El comercio incesante. La templanza ante los inevitables huracanes. El esfuerzo ilimitado en la carga y descarga de miles de toneladas de mercancías en los muelles. Y la alegría de vivir, pese a despedidas, temporales o definitivas, tan comunes en un puerto de altura.
En Mazatlán se dan cita todas las razas y lenguas de la tierra, como una babel tropical, vigorizándolo. Aquí nacieron o estuvieron de paso seres de elevados ideales, dejando como herencia la luz de su pensamiento y su obra: Genaro Estrada, Amado Nervo, José C. Valadés, Rafael Buelna, Sixto Osuna, entre tantos otros. Aquí nació, en el siglo pasado, como Colegio Rosales, la Universidad Autónoma de Sinaloa. Aquí murieron, en el siglo antepasado Domingo Rubí y Agustina Ramírez.
Mazatlán se hace y se rehace incesantemente ante su propio espejo: la eternidad del movimiento del oleaje del mar. A su trópico se le denomina “de Cáncer”, porque en la antigüedad, cuando se producía el solsticio de verano en el hemisferio norte, el Sol estaba en la constelación de Cáncer. Pero en la actualidad, está en la constelación de Géminis, muy cerca del borde que la separa de Tauro.
Mazatlán se fundó cuando a la brújula se le conocía como la rosa de los vientos. En consecuencia, por su vocación marina, se puede decir con justeza que Mazatlán es la rosa de todos los vientos.