Por Gilberto J. López Alanis**
En 1591, arribaron a la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa, hoy Sinaloa de Leyva, en el municipio de Sinaloa, al norte de esta entidad, los sacerdotes jesuitas Gonzalo de Tapia y Martín Pérez, estableciendo la organización misional pionera del Noroeste Mexicano, a la cual llamaron Provincia de Nuestra Señora de Cinaloa; abarcó desde el río Mocorito hasta el río Yaqui. Martín Pérez nos dejó un fundamental relato de carácter etnográfico y antropológico que llamó del mismo nombre con el agregado de la fecha en 1601.
El sistema misional establecido, en su desarrollo, necesitó de una institución organizadora de amplio alcance, que se avocara a los diversos aspectos de la formación espacial que se estaba prefigurando, por ello en 1610, aparecen los primeros registros de un Colegio con el rectorado del padre Martín Pérez, del cual hice un relato biográfico en 2005, publicado en la Serie Biográficos de DIFOCUR, con el nombre “S.J. Martín Pérez, el Apóstol de la Caridad en la Provincia de Nuestra Señora de Cinaloa”.
El mejor estudio histórico y académico, sobre el Colegio de Cinaloa, esta institución misional de carácter evangélico y educativo se lo debemos a Laura E. Álvarez Tostado; ella hurgó en fuentes primarias y secundarias de archivos nacionales e internacionales, para presentarnos los orígenes de un colegio jesuita diferente a los establecidos en otras latitudes de México y otros países de América Latina. Su tesis avalada por la Universidad Nacional Autónoma de México y asesorada por la Dra. Rosa Camelo Arredondo, mantiene su diferenciada jerarquía por sobre los estudios de prospección arqueológica iniciados recientemente por el arqueólogo Joel Santos del INAH Sinaloa.
Sin embargo desde 1657, en el informe del SJ Francisco Xavier de Faria, denominado “Apologético defensorio y Puntual Manifiesto…” hizo una defensa de la obra misional en el noroeste mexicano y en ella incluye al Colegio de Cinaloa. En tal documento de Faria, señala una serie de características que hacen del Colegio la institución formadora de un tejido social que le dio al Noroeste Mexicano sus posibilidades culturales.
Se ha cuestionado en diversos foros académicos la posibilidad de la existencia ortodoxa del Colegio de Cinaloa; en efecto, este, no se parece a ningún otro de los establecidos en otros lugares del virreinato de la Nueva España. El nuestro, se organizó adaptado a las condiciones climáticas, poblacionales, productivas y culturales de una región que necesitó una promoción evangélica novedosa.Las misiones jesuitas de Sonora y Sinaloa fueron un experimento original que marcó a la Compañía de Jesús como organización transoceánica.
El Colegio retratado en el Apologético, como “obras de misericordia corporal” completó la labor evangélica espiritual y se inscribió más como una agencia de desarrollo o una centralidad de promoción económica y para sustentar lo afirmado señalamos algunas de sus funciones: Proporcionó asistencia médica y medicinas; asistencia y dotación alimentaria: dotación de indumentaria; socorro espiritual; dotación de herramientas y utensilios de trabajo; apoyo para los festejos y las fiestas; dotación de ganado; auxilio en el nacimiento, casorio y defunciones; viático para viajes de negocios; apoyo para abrir minas o armar una pequeña hacienda; prestamos para el pago de deudas para librarse de sus justicias y acreedores; administración de caudales españoles; formación de haciendas de ganado y de otros frutos de la tierra y venta de excedentes fuera de Sonora y Sinaloa.
Como vemos la obra del Colegio fue trascendente y seguir ignorando su existencia constitutiva de la cultura del noroeste mexicano es una aberración. Para más información sobre esto ver la ponencia “Volver al Apologético defensorio y Puntal Manifiesto de 1657” en la memoria del seminario “La religión y los jesuitas en el noroeste novohispano” editada por el Colegio de Sinaloa Vol. III. 2009.
Muchas y variadas son las posibilidades interpretativas que merece la existencia cultural de El Colegio de Cinaloa, al hacer el rescate de sus restos arqueológicos, se tiene que privilegiar su trascendencia simbólica ya que la evidencia de su existencia ha quedado demostrada y en este punto, su interpretación interdisciplinaria supera la acotada visión arquelógica.
*Así se escribía Sinaloa en las fuentes documentales de la Conquista