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Carlos Monsiváis murió de eufemismo

Por domingo 4 de julio de 2010 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

Aunque hay causas con efectos desconocidos, científicamente no existen efectos sin causa.

Desde que Carlos Monsiváis ingresó el pasado primero de abril al Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, en el sur de la ciudad de México, la perspectiva de su recuperación era, como dicen los galenos, de pronósticos reservados. Coincidente y lamentablemente, la nota aparecida en el número uno de La Voz del Norte sobre la salud del autor de “Por mi madre, bohemios”, fue, a la luz del desenlace, premonitoria. Queda, al menos, como testimonio de un anticipado y merecido homenaje a su enorme talento.

Se ha escrito y se seguirá escribiendo mucho sobre quien mucho escribió. Monsiváis publicó más de cincuenta libros, desde “Días de guardar” (1970) hasta “Apocalipstick” (2009).

Para los que desconocen sus orígenes académicos, habrá que resaltar que el autor de “Amor perdido” (1976) y “Escenas de pudor y liviandad” (1988) estudió en la Facultad de Economía y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. También fue estudiante nada menos que de teología, en el Seminario Teológico Presbiteriano de México. Su madre lo orientó no en el catolicismo sino en el protestantismo.

Este dato resulta crucial para comprender sus ideas juaristas y republicanas, así como sus obras “Las herencias ocultas del pensamiento liberal del Siglo XIX” (2000), “Protestantismo, diversidad y tolerancia” (2002), “Las herencias ocultas de la Reforma Liberal del Siglo XIX” (2006) y, anteriormente, en el género de la fábula, “Nuevo catecismo para indios remisos” (1982), entre otros.

Desde muy joven, Carlos Monsiváis colaboró en los más importantes suplementos culturales y medios periodísticos del país, como Novedades, El Día, Excélsior, Uno más Uno, La Jornada, El Universal, Proceso, la revista Siempre!, Eros, Personas, Nexos, Letras Libres, por citar algunos. En sus inicios como cronista, fue secretario de redacción en las revistas Medio Siglo (de 1957 a 1959) y director del suplemento La cultura en México, de la revista Siempre! (entre 1972 y 1987). También dirigió la colección Voz Viva de México, de la UNAM.

Los siguientes datos, son apabullantes. Carlos Monsiváis recibió los premios: Nacional de Periodismo de México, en crónica; Jorge Cuesta; Manuel Buendía; Mazatlán de Literatura, por “Escenas de pudor y liviandad”; Nacional de Periodismo, del Club de Periodistas de México; Xavier Villaurrutia, por “Los rituales del caos”; Lya Kostakowsky, de ensayo literario; Anagrama, de ensayo, por “Aires de familia: Cultura y sociedad en América Latina”; Nacional de Lingüística y Literatura, por el gobierno federal de México; Feria Internacional del Libro, de Literatura, de Guadalajara (antes de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo); Iberoamericano Ramón López Velarde, del gobierno de Zacatecas; Miguel Caxlán, del Seminario Presbiteriano de México, y Nacional de Periodismo de México, por trayectoria. También se le entregó el premio internacional Príncipe Claus para la Cultura y el Desarrollo, del gobierno de Holanda.

Monsiváis se hizo acreedor a ocho doctorados honoris causa, de universidades mexicanas, recibiendo el primero en 1979, de la Universidad Autónoma de Sinaloa y, el último, en el presente 2010, de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Del mismo modo Monsiváis recibió dos doctorados similares, internacionales: el de la Universidad Mayor de San Marcos, de Perú, en 2005, y el de la Universidad de Arizona, en 2006. Se le entregaron importantes Medallas, como la Gabriela Mistral, del gobierno de Chile y la Condecoración Orden de Alejo Zuloaga, de la Universidad de Carabobo, Venezuela.

Cuando en 1966 cursaba yo el quinto año de profesional en la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional, se me eligió como secretario de prensa de la recién constituida Central Nacional de Estudiantes Democráticos, y su presidente, Enrique Rojas Bernal, me pidió que hiciera contacto con Carlos Monsiváis, que estaba en Filosofía y Letras, a fin de solicitarle su ayuda para la publicación del periódico de la CNED. En repetidas ocasiones conversamos al respecto en el café Kinerett, ubicado en la esquina de Hamburgo y Niza, de la Zona Rosa, pero nunca prosperó el proyecto.

Al paso del tiempo, de vez en cuando saludaba al autor de “El Estado laico y sus malquerientes” (2008), cuando lo encontraba en algún evento cultural. La última vez que lo hice, fue el año pasado en el Teatro Ángela Peralta, de Mazatlán, donde vino a presentar su libro “Pedro Infante: Las leyes del querer” (2008).

Nunca le agradecí personalmente a Monsiváis sus comentarios positivos y de admiración que escribió en diciembre de 2001 sobre mi hermano Florencio, a raíz de su extraña muerte en un cuarto del hotel del Chopo del Distrito Federal, tras la publicación de su fotografía en la portada de la revista Proceso, al momento de ser detenido en Tlatelolco junto con los miembros del Consejo Nacional de Huelga del Movimiento Estudiantil, el 2 de octubre de 1968. Tampoco le agradecí el reconocimiento al estoicismo de mi hermano que hizo en el prólogo del libro “Parte de guerra II. Los rostros del 68” (Documentos del general Marcelino García Barragán, proporcionados por su viuda), escrito en colaboración con Julio Scherer García.

Aunque sea fuera de tiempo, subsano aquí mis omisiones como un tributo a su memoria.

Parafraseando al propio Calos Monsiváis (4 de mayo de 1938-19 de junio de 2010), su extinción física, vista críticamente como él acostumbraba hacernos ver las cosas “para documentar nuestro optimismo”, se debió no al tabaquismo o alguna otra causa que provoca la fibrosis pulmonar, sino al efecto descrito eufemísticamente como “insuficiencia respiratoria”. Dicho de otro modo: se emplearon con él “prudentes circunloquios para anunciar una mala noticia”. Así, desnaturalizada la causa de su deceso, se puede concluir que murió de un eufemismo.

Sus cenizas están custodiadas por su propio Museo del Estanquillo, en el edificio La Esmeralda, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

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