Por Victor Roura*
Apesar de que hacia principios de 2007 ganaba dos millones de pesos al mes con el equipo Santos, el portero de futbol Oswaldo Sánchez estaba preocupado porque decía que su antiguo club, el Guadalajara, le adeudaba 547 mil pesos; pero esta directiva insistía en que sólo le debía 153 mil pesos por cuatro días (es decir, trabajaba por 38 mil 250 pesos, a diferencia de los casi 7 mil que recibía entonces en Torreón), y no la quincena completa como exigía Sánchez, cantidad aquella que estuvo siempre a disposición suya si el arquero así lo hubiese querido, cosa que no hizo porque aducía que lo estaba estafando. Ante esta calamidad un compañero periodista, compungido, se acercó a mí para decirme que, debido a los grandes apremios económicos del futbolista, estaba dispuesto a prestarle un puñadito de miles de pesos en cuanto cobrara su modesto salario porque lo deprimía mirarlo en tal desesperación financiera, capaz de distraerlo en la cancha. Santón como era mi amigo, comprendió su súbita generosidad.
Dice Carlos Ramírez en su “Indicador Político” del lunes pasado 14 de junio: “La iniciativa México forma parte de la estrategia de las televisoras para absorber a la sociedad civil, quitarle su potencial autónomo y convertirla en sociedad televisiva. Las televisoras gastaron más en spots y promoción de la IM y del futbol en Sudáfrica que en juntar los 11 millones de pesos para el fondo primario para el financiamiento de proyectos. Peor aún; el sueldo de Javier Aguirre como director técnico de la selección de futbol es de un millón 800 mil dólares mensuales, casi 25 millones de pesos al mes, más del doble de cada 30 días de los 11 millones del fondo inicial de la iniciativa México.” ¡Santa Madre! ¡Y eso que no apuntó cuánto gana cada seleccionado que con su enriquecimiento simula a la perfección su cabal medianía! Por algo se dice, con tanto dinero que reciben de numerosos comerciales en televisión, que no sabrán jugar mucho futbol pero qué tal preparan, ¿eh?, deliciosos sándwiches. (Y ahora, con su triunfo sobre la decadente Francia, ni quién los detenga en su vana untuosa soberbia).
Mientras el equipo Pachuca dejaba el corazón en la cancha durante un partido amistoso para celebrar un aniversario suyo , hacia agosto de 2007, los ejecutivos y los locutores de TV Azteca no tenían ojos sino para David Beckham. Incluso ya sin jugar sino desde la banca, pues tuvo que salir por una lesión en la pierna derecha, los camarógrafos no dejaban de ponerlo a cuadro, sin importar que lo tuvieran de espaldas. Varios minutos el televidente, en lugar de mirara el juego de los futbolistas, tuvo que soportar la nica del inglés… y en una ocasión hasta su exquisito anillo de oro, visualizado en primer plano por el productor del partido a quien el triunfo de la oncena mexicana le vino valiendo, supongo, un sorbete. Así, pues con ese descaro se efectúa la pesadilla mitificación enajenada, y enajenante, de ciertos personajes, enriquecido disciplinadamente por estos insufribles medios masivos de comunicación.
Son bastantes mediocres, pero sin duda su cotidianeidad se rige bajo parámetros pecunarios excesivos, poseen propiedades millonarias, viven como reyes en un país no monárquico, tienen fama y prestigio, son acuciados por los reflectores, soberbios y envanecidos estampan autógrafos sin mirar a quién, andan acompañados de mujeres realmente hermosas y se los mira en cocteles de clase refinada. Son los pateadores de pelota amparados por la Asociación Mexicana de Futbol. Vividores de una afición siempre desolada y decepcionada por los resultados de sus respectivos equipos, pero perpetuamente animada por los goznes de la maquinaria empresarial y deportiva que, desde hace ya varios años, controla a [y empatan con] los emporios mediáticos de comunicación.
Algunos conductores de la televisión deberían salir con antifaz, dada su conducta asumida de héroes justicieros. Cuando miro, por ejemplo, a Denise Maeker o a Adela Micha me da la impresión de que sólo les falta portar una espada para dejar, con su afilada punta, marcada la frente de sus entrevistados, tal como dicen que lo hacía El Zorro. Si ahora el debate político lo encabezan los conductores de noticias de la pantalla electrónica, menuda discusión ideológica posee el país. Y su a esto le sumamos las bancada partidistas que simbólicamente representan al pueblo, apreciaremos con aflicción, e indefensos, e inermes, e impotentes, una diminuta esfera social de la onteligencia política. No se diga si escuchamos a los comentaristas de futbol, sobre todo especulando antes de los partidos a qué jugadores alineará a tal o cual entrenador.
Por eso, mirando el asunto con franqueza Víctor Trujillo tal vez hace bien en salir con el disfraz de Brozo. Porque así, embozado (¿embrozado?) de otra personalidad —una especie de héroe cómico (de cómic) del lado de la justicia, como les encanta ser, representar, a los locutores de la televisión—, puede deturbar y halagar regañar y lamer suelas, amonestar y felicitar a sus entrevistados con aspavientos y grotescas gesticulaciones. Por eso a nadie extrañó cuando decidió matar brevemente a Brozo, Víctor Trujillo —que no es periodista—, se matara a la vez a sí mismo. Porque, aun sin estar disfrazado, la gente ya lo veía como el payaso que era (aun sin estar pintado hacía los mismos aspavientos y las grotescas especulaciones), y de ese modo las cosas simplemente no funcionan. Por algo la historieta de Superman es certera en su agudo contenido: Clark Kent, sin su disfraz, es un inútil periodista. Y si retornó como Brozo, faltando a su promesa —el dinero, lo sabemos, hace olvidar con plenitud los discursos, por más solemnes que sean—, es que, sencillamente, como Trujillo nade le creía. Si los informativos, ya escritos, ya electrónicos, atienden en sus espacios lo que hace este payaso es que la sociedad (¡invitó a Ponchito el lunes 14 de junio convirtiéndose, instantáneamente, en el notición del día… hasta para la CNN!), toda, es declaradamente —no aproximadamente— televisiva lo que hace cómplice generalizada a la ciudadanía de las inofensivas humoradas del clown oficial nacional, cuya comicidad, sí, está a la altura de nuestra política, de la comunicación, del empresario, de los espectáculos, del futbol…