Por Faustino López Osuna*
Jalisco dio a Sinaloa, en la poesía, a Enrique González Martínez, en tanto que Sinaloa dio a Jalisco, en la música, a Alfredo Carrasco. Afortunadamente, por encima de vanidosos regionalismos, la obra de ambos forma parte de la cultura universal.
Aunque los dos nacieron en el siglo diez y nueve, solamente con cuatro años de diferencia: en 1871 el primero y en 1875 el segundo, mi intención no es tratar de su paralelismo. Tanto al poeta como al músico compositor los incluye, para bien de nuestra cultura nacional, el Pequeño Larousse. Curiosamente, por este famoso diccionario francés me enteré que el segundo apellido de nuestro paisano fue Candil. Lacónicamente, se lee: Alfredo Carrasco Candil, compositor mexicano (1875-1945).
De nuestro inspirado autor me interesa resaltar, por ser de estricta justicia, que si bien se le recuerda por su célebre “Adiós”, su obra para piano, lamentablemente poco conocida y difundida hasta hoy, va más allá de esa hermosa danza. En un esbozo biográfico y de recopilación de repertorio llevado a cabo por la maestra Rosa María Valdez Galindo y publicado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, se señala que la obra pianística de Alfredo Carrasco puede considerarse un reto importante en los repertorios de los buenos pianistas de concierto.
Pianista, organista, compositor y pedagogo, proveniente de Culiacán, donde nació, a los cuatro años de edad Carrasco se estableció con su familia en Guadalajara donde, en 1887, de doce años, ingresó al Orfanatorio del Sagrado Corazón de Jesús, actual Instituto Luis Silva, iniciando en dicho hospicio su formación musical en solfeo, clarinete y piano, formando parte, durante 9 años, de su orquesta de alumnos.
Desde 1893, Alfredo Carrasco fue profesor de música en varias escuelas parroquiales de la capital jalisciense y a partir de esa fecha y durante nueve años más, realizó estudios de órgano con Francisco Godínez.
1902 constituyó un año clave para el sinaloense: fue miembro fundador del Ateneo Jalisciense; obtuvo la medalla de oro en el concurso musical de la Exposición regional Jalisciense, y compuso Scherzo-vals con el que obtuvo el primer premio como Vals de Concierto en el concurso impulsado por la sociedad de empleados de Comercio de Orizaba, Veracruz, conforme a la Convocatoria publicada en la Gaceta Musical que editaba la Casa Wagner y Levin Sucursal de México.
Desde 1900 hasta 1918 en que emigra a la ciudad de México, fue, por nueve años, profesor de canto llano en el Colegio de Infantes; recibió un premio único por su obra “Ave Maris Stella” y, en 1913, fue director fundador de la Sociedad Artística de Aficionados. En la capital de la República prosiguió su labor pedagógica musical en la Escuela Nacional de Ciegos, piano; en la Escuela Industrial de Huérfanos, solfeo; en la Escuela Nacional Preparatoria, pianista acompañante; en la Dirección General de Cultura Estética del Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública, solfeo, canto coral y pianista acompañante, y, en la Escuela Popular Nocturna de Música, piano.
Para solventar el viaje a la capital del país, el 30 de abril de 1918, con motivo de su despedida de la ciudad de Guadalajara, el pianista y compositor Alfredo Carrasco, en el Teatro Degollado, interpretó sus obras: Pequeña oberture, de la Zarzuela La gracia divina, con la Orquesta Sinfónica de Guadalajara; Minueto, de Momento musical; Serenata de amor, Cuarteto para cuerdas; Mazurcas I, III y V, Nocturno I y Estudio en forma de vals, para piano; Berceuse, para violín y piano; Andante Pastoral, para violín, oboe, viola, violonchelo y piano; Cuarteto en mi bemol, para violín, viola, violonchelo y piano; Scherzo vals, para piano; Preghiera, de la ópera Esposa mexicana, para soprano y orquesta, Motete eucarístico, Memoriam fecit, para orquesta, solos y coros.
Dos años antes de su muerte, todavía en 1943 Carrasco obtuvo el primer lugar en el concurso convocado por el diario El Universal y por la Secretaría de la Defensa Nacional, para crear una Marcha nacional de las reservas con motivo del ingreso de México en la Segunda Guerra Mundial.
No hablaré aquí del incomprensivo encasillamiento de músico del romanticismo que se hace de Alfredo Carrasco, por la época afrancesada del porfiriato que le tocó vivir, pese a una nacionalista Rapsodia Mexicana que compuso con los nuevos y vigorosos aires populares que trajo la Revolución, sin pedirle nada a un Manuel M. Ponce.
Rosa María Valdez Galindo dice que “por carecer de contactos políticos y culturales para la difusión de su talento”, Alfredo Carrasco, para sobrevivir, terminó su vida laboral en el Departamento Prendario del Nacional Monte de Piedad, en la ventanilla de Instrumentos Musicales, donde laboró desde 1933 hasta poco antes de fallecer, en 1945, de 70 años de edad.
Ahora que la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes ofrece conciertos en el extranjero con canciones que cantaba Pedro Infante, canciones en las que no hay nada sinaloense, ¿sería mucho esperar que se rescatara con la misma OSSLA la música para concierto que legó, para gloria de nuestra tierra, Alfredo Carrasco?
Hace unos días encontré «Mis recuerdos» de Alfredo Carrasco, del que sólo tenía la nebulosa referencia del «Adiós»; toda una época allí plasmada mediante una narrativa sumamente hábil y el manejo de las metáforas mas propio de un maestro de las letras que de un compositor musical; y, un fino humorismo edificante que deviene de las injusticias y desagradecimientos humanos de que fue víctima A. Carrasco. El libro no fue escrito para su publicación, sino como apuntes de enseñanza de vida para los hijos del autor.