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Mocorito, retazo de geografía sinaloense

Por domingo 13 de junio de 2010 Sin Comentarios

Por María Esther Sánchez Armenta*

Se respira historia.
Tradiciones con olor a tiempo se entremezclan en la vida cotidia­na de los pobladores y resisten con estoicismo para no deslizarse en el tobogán del olvido.

El devenir de este legendario municipio de Mocorito, ubicado en el centro-norte del Estado, no se pierde en los siglos y los re­cuerdos del misterioso Imperio Tahue enriquecen la leyenda de un pasado esplendoroso.

Las páginas de la historia consignan que en 1594, tres años después de la llegada de los jesuitas a Sinaloa, se funda la Misión de San Miguel de Mocorito, por los padres Juan Bautista Velazco y Hernando de Santarén.

Así, emprender la aventura por lo que estudiosos de la toponi­mia han denominado el “Lugar de gentes que hablan un dialecto de la lengua cahita”; “Donde habitan los indios mayos o mocori­tos”; “En el corral o cerco del tecolote”; “Lugar de muertos”; “Lu­gar del canto del tecolote”; o también llamada “La tierra de los hombres que hablan cantando”, conlleva a desplazarse 112 kiló­metros desde la ciudad de Culiacán, o bien, 17 de Guamúchil.

Con cuanta naturalidad los ojos se llenan de paisaje; las fal­das protectoras del cerro de El Mochomo se vislumbran en la lejanía y destacan en su topografía que se acompaña de sierras con escasa elevación.

El monte exhibe su flora silvestre de pitahayas, palo blanco, brasil, güinolos, mezquites, huizaches y palo fierro, refugio natu­ral de iguanas, palomas, liebres, conejos, güicos, chureas o tapa­caminos, chanates, cenzontles, cardenales y cuervos.

La mirada se posa en el bello conjunto misional, la parroquia de La Purísima Concepción y El Portal de los Peregrinos, de la época colonial.

Las casonas en la parte central, construidas a fines del siglo XIX y a principios del XX, le dan sabor a nostalgia al recorrido por calles y callejones adoquinados.

Los pasos se detienen en la centenaria escuela Benito Juárez, anteriormente Cárcel Colorada, cuya torre tiene un reloj suizo de tres carátulas.

La Plaza de Armas Miguel Hidalgo, construida donde esta­ba el viejo cementerio, frente a la puerta mayor de la parroquia, quiosco central, bancas y fuentes de bella alegoría escultórica.

La Casa de la Cultura Dr. Enrique González Martínez, con sus líneas arquitectónicas de profundos mensajes masónicos, espa­ciosa, funcional, con vista hacia el paisaje ribereño, alberga celo­samente el Mural Mocorito 400 y la galería de personajes.

Hay que admirar La Casa de las Diligencias, el H. Ayunta­miento, Panteón Municipal Reforma, la escuela preparatoria de la Universidad Autónoma de Sinaloa, el Hotel Inzunza, el Museo Regional, y otras viejas casas restauradas que conservan su fachada original.

Hay que visitar lugares como Chicorato, Capirato, San Beni­to, y por supuesto, Pericos, sindicatura en la que se pueden ver las ruinas de las afamadas fábricas de la familia Peiro y Retes, productoras de ixtle y del aguardiente El Periqueño, cuya calidad fue reconocida en Francia y Estados Unidos.

En la construcción de esta ex villa se evidencia el orgullo por sus hombres y mujeres ilustres, revolucionarios, intelectuales, músicos, poetas, reafirmando en la memoria colectiva sus accio­nes, en un intento de que el binomio pasado-presente derrame la savia de sus raíces sin distingos generacionales.

Por sus rincones anida la leyenda, la imagen legendaria de Sebastián de Évora, Francisco Vázquez de Coronado, Pedro de Tovar y Francisco de Ibarra.

Desfilan en este acordeón histórico, la figura de la heroína más grande de Sinaloa, Agustina Ramírez; el Lic. Eustaquio Bue­lna Pérez, fundador del Liceo Rosales, hoy Universidad Autóno­ma de Sinaloa, escritor, gobernador del Estado, y el Gral. Rafael Buelna Tenorio, cuyos brillantes ideales y participación revolu­cionaria le merecieron ser llamado “El Granito de Oro”.

Mucho más por conocer, admirar.
La molienda de caña de azúcar en El Valle, por ejemplo, es muy codiciada, pues difícilmente hay quien se resista a la dulce con­serva de papaya, empanizadas con cacahuate, panochas, melco­chas, noroto y miel.

Los alfareros fabrican en pequeña escala, ollas, cántaros, apastes y macetas.

La gastronomía regional, imaginativa, fresca, envuelve con su despliegue de aromas e invita al consumo de chilorio, chorizo, carnitas, machaca, quesos y asaderas de “apoyo”, y por supues­to, a degustar jamoncillos, nieve de garrafa, empanadas, mesti­zas, coricos y bizcotelas.

Las celebraciones populares se esperan con singular regocijo; en septiembre se desborda la creatividad en el tradicional con­curso de globos aerostáticos confeccionados en papel de china, y a principios de diciembre, se celebra la fiesta de “La Purísima”.

La “Atenas de Sinaloa”, asiento de rica gama cultural en los pre­ludios del siglo XX, se significó desde su nacimiento en un ejemplo de perseverancia y amor por las bellas artes, y arropó a hombres ilustres como Enrique González Martínez, José Sabás de la Mora, Sixto Osuna y Crescencio Corona, cuya obra trascendió la región. El siglo XXI, inscribe en sus páginas a un semillero de mocoritenses distinguidos, que no temen al crecimiento y desarrollo integral.

La herencia está también en el monte, en espera de que los estudiosos desentrañen el mensaje de los petroglifos y piedras talladas en La Majada de Abajo, Tecomate, Tacuichamona, Ran­cho Viejo, El Cajón y Piedra Labrada, así como los vestigios de la comunidad El Chinal, considerada cementerio arqueológico con piezas prehispánicas entre 800 y 1500 años de antigüedad.

Mucho más qué decir de este terruño, que se erigió municipio libre el 8 de abril de 1915 y que sufrió mutilaciones con la segre­gación territorial que formaron los municipios de Angostura y Salvador Alvarado. No obstante, a pesar de todas las adversida­des, lucha por ser atractivo turístico-cultural, y ha logrado ya la categoría de Pueblo Señorial.

Mocorito, no desmaya en su intento de integración regional y construye cada día un horizonte promisorio, un mejor destino, para que los nativos se afiancen a su tierra con sólidas raíces.

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