Por Francisco Fernando Meza Sánchez*
La historia de la poesía en Sinaloa no está únicamente compuesta por poetas que nacieron en el estado. Incluso el primer libro de importancia en el siglo XX, tanto histórica como estéticamente, no fue escrito por un autor que haya visto la luz en nuestra tierra, sino por uno que llegó de Jalisco para permanecer quince años en suelo sinaloense y cambiar el panorama lírico nacional. Nos referimos a Enrique González Martínez, nacido en Guadalajara un 13 de abril de 1871. El famoso “hombre del búho” llegó a Sinaloa en 1895, y en 1903, después de haber colaborado en la revista Bohemia Sinaloense, de Julio G. Arce, publicó en la imprenta Retes de Mazatlán Preludios, volumen de poemas que lo haría ganar prestigio en el medio local. En 1905 el también médico se instaló en la ciudad de Mocorito, donde comenzaría un trabajo cultural sin precedentes –de hecho, fue gracias a sus esfuerzos que tal comunidad fue reconocida como “la Atenas de Sinaloa”. Allí publicaría algunos libros importantísimos para el corpus de la poesía nacional: Lirismos (1907), Silenter (1909) y Los senderos ocultos (1911). En referencia a los últimos dos títulos, dice Jaime Torres Bodet: “fueron los libros donde González Martínez se halló a sí mismo. ¿Qué valores nuevos traía su autor? Desde luego, una voluntad esencial de abandonar ciertas galas superfluas: las que había difundido, en América, el triunfo del modernismo”. Es necesario puntualizar que dichas “galas superfluas” son una mala asimilación o una impostura de la estética de Rubén Darío. Sin embargo, el más famoso poema de González Martínez, “Tuércele el cuello al cisne”, aborda precisamente ese asunto: el autor decide sacrificar el preciosismo representado en la figura del cisne por la sabiduría emblemática del búho, posición poética que mantendría hasta su muerte en la ciudad de México en 1952, reconocido con toda clase de honores (sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres del panteón de Dolores). Este poema –que en su momento fue leído como el acta de defunción del movimiento iniciado por el célebre nicaragüense, lo cual el autor no respaldó abiertamente– significa, para algunos críticos, un claro inicio del posmodernismo:
Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de la cosas ni la voz del paisaje.
Enrique González Martínez incursionó decididamente en la política –llegó a ser secretario de Gobierno del estado de Sinaloa–, pero ese mismo activismo determinaría su exilio de la entidad al caer el régimen porfirista para refugiarse durante un breve lapso en la ciudad de Los Ángeles, desde donde se transportaría a la ciudad de México para continuar una larga carrera en la poesía que lo llevará a convertirse en candidato al Premio Nobel de literatura.
Es imprescindible mencionar que junto a Sixto Osuna –poeta nacido en Villa Unión, Mazatlán, en 1871 y finado en 1923 y de quien, en 1967, de manera póstuma, la UAS publicó su poesía reunida en Arcón lírico– González Martínez editó y dirigió desde Mocorito la revista Arte –impresa en la imprenta de José Sabás de la Mora de 1907 a 1909–, publicación que fue realmente un escaparate de la poesía de su tiempo y en la cual aparecían traducciones de poetas franceses así como poemas y novelas cortas de futuras voces imprescindibles de la literatura nacional y latinoamericana como Mariano Azuela, Leopoldo Lugones y el mismo González Martínez.