El pasado 4 de mayo Carlos Monsiváis cumplió 72 años. Pasó el día internado en el área de terapia intensiva del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición de la Ciudad de México, donde se encuentra desde el 2 de abril aquejado por una fibrosis pulmonar.
Más allá del deseo por su pronta recuperación, la enfermedad del escritor así como su edad nos ponen ante la posibilidad real de su muerte.
Resulta difícil imaginar un México sin Carlos Monsiváis. No es una afirmación sentimental ni melodramática. Su presencia y la impronta de su obra ha impregnado prácticamente todos los ámbitos de la vida pública –cultural, política, social– durante los últimos 50 años. Sus libros, sus gustos, la amplitud y variedad de sus intereses intelectuales, así como sus opiniones y hasta sus chistes, constituyen una influyente manera de ver y entender al país.
La literatura, el cine, la pintura, la cultura de masas, el periodismo, la historia, los ídolos populares, son algunos de los muchos temas que están en el centro de sus obsesiones. La contundente originalidad de sus puntos de vista, su inteligencia, su erudición y lucidez, su crítica sistemática al poder político y económico, su adhesión a infinidad de causas sociales, le han concitado admiración y afecto tumultuosos. También –hay que decirlo– le han acarreado críticas justificadas y descalificaciones
lamentables. Es algo inherente a toda actividad pública.
Genio y figura. Su imagen no encaja con la del estereotipo del intelectual convencional encerrado en su torre de marfil. Por excentricidad o por protagonismo, es proverbial la omnipresencia de Carlos Monsiváis (ajonjolí de todos los moles). Durante más de medio siglo ha sido testigo e incluso participante en momentos decisivos en la vida del país, pero al mismo tiempo lo hemos visto en situaciones insospechadas, que forman parte de su perfil público.
Un día debate con Octavio Paz y al siguiente aparece como extra en un videoclip de Luis Miguel; un día lo vimos en el papel de Santa Claus borracho en la película Los Caifanes, y otro dirigiendo el legendario suplemento de la revista Siempre! , “La cultura en México”; un día asistió al controvertido concierto de Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes o apareció junto a Lucía Méndez en la portada de la revista Teleguía, y años después, en el 2006, se le ve junto a Andrés Manuel López Obrador durante una de las multitudinarias manifestaciones en el Zócalo tras las turbias elecciones de 2006 (aunque después se distanciaría del político tabasqueño).
No es el propósito desglosar en este breve espacio la vasta actividad pública desarrollada por Monsiváis. Es sólo un recordatorio y, sobre todo, una invitación a leerlo. Más allá del personaje, de su imagen pública, de las anécdotas memorables, de los recuerdos entrañables, son sus libros donde reside lo esencial de sus aportaciones.
Amor perdido, Días de guardar, Escenas de pudor y liviandad, Entrada libre. Crónicas de la sociedad que se organiza, Los rituales del caos, son algunos de los títulos de Carlos Monsiváis que se hacen imprescindibles para entender lo que es y ha sido el país en las últimas décadas.
Que no sea su eventual desaparición pública la que nos haga iniciar o retomar el diálogo –a través de la lectura– con uno de los observadores más agudos de la realidad contemporánea de México.
Queda pues la invitación y va un brindis a la salud del enfermo, por su pronta recuperación.