Por Alberto Ángel “El Cuervo”*
Fundidora de Monterey # 115… La casa, aparentemente con la misma disposición, sigue en pie… La fachada cambió… En vez de aquella pintura que requería ser repuesta cada dos o tres años en la pared que daba a la calle y donde alguna vez colaboré mezclando colores y solventes para el trabajo que hacían entre mis tíos Wilbert y Herbert junto con mi primo Manuel, había ahora una especie de mosaico en un material con pequeños brillos… El zaguán, es distinto también… Es nuevo… Relativamente nuevo… Me estacioné frente a la casa y volé por un momento hasta aquellos días cuando me asomaba por la ventana de mi cuarto que compartía con mi hermano Alonso para que por las noches pudiera contemplar a La Española… Era bella, muy bella según mi observar adolescente… No podía comprender bien a bien el por qué los hombres la trataban sin respeto y el por qué ella lo permitía… A veces, ella se acercaba a la ventana y me decía cosas bonitas… Yo sentía que los cachetes se calentaban… Era como si sus palabras removieran la sangre que se agolpaba de pronto en la cara y entre las piernas… A veces, ella me pedía un vaso de agua a falta de un trago dado que al intentarlo mi respuesta había sido: No tengo… No me dejan tomar licor… Ella llegaba casi siempre a la misma hora… Y una vez, mi primo Manuel me convenció de pedirle que entrara a verme… Yo, de tan sólo imaginar la escena me vi envuelto en una taquicardia severísima, pero accedí a que la convenciera…
—¡Esa mi spanich…!
—¡Quiúboles mi bizcocho… Qué milanesas que no te había bisteces creía que ya te habías morongas…!
—¡Chántalas… ya vitrolas que aquí estampas…! ‘Tons qué… ¿Cachucha para mi primo…?
—voooy… Pss ni que fuera dioréganooo ¿no…? Y mira que el chavalo me cuadra… Siempre me anda calmando la sed aunque sea nomás con agüita ¿verdá’ chavo…? Y qué… ¿Sí te gusta la spanich… O nomás es cosa de el bizcocho…?
La manera de hablar de los chilangos… Aquellos chilangos… Aquellos años… Era muy particular… Caló… Así le llamaban y a los chilangos que verdaderamente le intelegían al caliche cuando se ponían a hablar haciendo gala de su sapiencia en esa materia, era prácticamente imposible entenderles, era como otro idioma… Y los cachetes calientes calientes… Y la respuesta automática de la que después me arrepentiría… “No, no es cierto… Tengo mucha taréa, no les creas… Adiós…” Y el regaño de mi primo y mi hermano porque “había echado a perder” todo…
La Española faltó una noche… Y otra… Y otra más… No regresó… Nunca supe qué fue de ella… Pero en mí se quedó habitando melancólica sin poder explicarme jamás por qué permitía que la trataran con tanta falta de respeto los hombres en la calle… Volví la vista a la derecha… Ahí seguía la accesoria, el local de esa esquina truncada frente a casa de mi abuela… Todas las noches, cruzábamos la calle para comer quesadillas con salsa… Para mí eran empanadas, pero en la Ciudad de México las empanadas se llamaban quesadillas… Encendí el auto de nuevo y di vuelta en la siguiente esquina… La callecita desembocaba al Parque María del Carmen, que en aquella época se unía al parque María Luisa por medio de la Avenida de Las Palmas… En este parque, María del Carmen, pasé muchas tardes intentando entender la razón de mi existencia… Muchos recuerdos, muchas lágrimas, muchas esperanzas se tejieron en aquella blanquísima banquita con el escudo nacional en el respaldo donde tantas veces se aposentara mi ansiedad para amainar un poco con el llanto que dejaba correr al amparo de la lluvia… Invariablemente, mi abuela Candita me recibía con la misma cantaleta: “Ninio (el acento yucateco jamás la dejó de lado), mareeee… Más si te vas a enfermar… Por qué no te llevaste la sombrilla coniooo…” y yo por dentro sonreía un tanto satisfecho por hacer desatinar a la abuela… Al parque María Luisa, me llevó mi abuelo Alonso una mañana junto con mis hermanos para conocer la nieve… Había nevado mucho en la Ciudad de México que, aunque era mucho más fría que hoy en día, no tenía nevadas más que en raras ocasiones… Imborrable recuerdo de mis cuatro o cinco años al mirar y tratar de explicarme cómo habían conseguido pulverizar tantas barras de hielo para espolvorearlas sobre el pasto y la banqueta… La nieve era algo inimaginable para mi mente sureña e infantil… El único hielo que conocía era el que llevaban en forma de barra para depositar en la nevera que hacía las veces del refrigerador actual… Estacionado en uno de los costados del parque, recorrí otra vez todo aquello que en algún rincón del tiempo y la memoria, permanecía intacto… Y no pude evitar pensar que no obstante haber experimentado emociones y vivencias tan importantes en mi vida, jamás me puse a reflexionar acerca de la Historia de la Colonia Industrial… Casi 100 años antes del florecimiento de la gran Tenochtitlan, se encontraba en donde ahora se sitúa la colonia mencionada, un pueblo o barrio indígena que fuera conocido con el nombre de Tepalcatitlan… Este asentamiento, de los más antiguos ribereños del lago de Texcoco, estaba situado al lado poniente de la calzada del Tepeyac y se dedicaba a la recolección del salitre y el tequesquite, básicos en la dieta de los antiguos mexicanos… Todavía alrededor del año 1910 seguía en boga la producción de sal y tequesquite estando la fábrica o recolectora, entre lo que hoy es la calle La Fortuna y la Hacienda de Atepozco, que diera nombre a la calle que hoy permanece como remembranza de aquella época. El barrio de Tepalcatitlan, situado en las tierras anegadizas de la ribera del lago, colindaba con el barrio de Atenco, Tlatlacama, Amalco y Caltutitlan. Todos esos barrios indígenas, pertenecían a la comunidad de Coatlayáuhcan, que hoy se conoce con el nombre de Magdalena de las Salinas… en los años veintes del siglo pasado, es decir el siglo XX, se establece en la zona de la villa de Guadalupe, la planta de la Ford Motor Company, lo que da lugar a la intención de construir viviendas para los trabajadores de la mencionada compañía. Es entonces cuando surge el proyecto de construir una colonia que brindara la posibilidad de viviendas accesibles para la clase trabajadora. De esta manera, según nos dicen algunos científicos sociales, se consolida la que fuera considerada una nueva clase o categoría social: La llamada clase media. La Colonia Industrial, termina uniendo geográficamente, la Ciudad de México, propiamente dicho o lo que entonces se consideraba la ciudad, con los barrios o pueblos de la periferia. En este caso, se une la antigua Tepalcatitlán en las inmediaciones del cerro del Tepeyac, con el centro del Hoy Distrito Federal por medio de la urbanización planteada cuando la Industria entra en auge en esta parte del Valle de México con plantas como La Ford y un suceso que hoy se recuerda como el primer pozo petrolero del país… Existen dos versiones acerca de este afamado pozo petrolero. Una de ellas nos dice que en el año de 1862, el Ing. En Minas Antonio del Castillo, llevó a cabo una perforación en un lugar cercano al cerro del Tepeyac, haciendo brotar agua mezclada con petróleo en abundantes cantidades. El producto, se dice, fue utilizado como iluminante. Se inicia así, el México petrolero. La otra versión, nos dice que fue solamente un geyser con algunos rastros leves de grasas diversas en años posteriores. Por último, se cuenta que en los años treinta, al ver que la urbanización iba viento en popa, “un gringo vivales” decide inventar, apoyándose en aquel legendario pozo petrolero del Tepeyac, que había descubierto petróleo… Para convencer a los incautos, montó un aparato que dejaba salir petróleo de un depósito que previamente había llenado del mismo para embaucar a los residentes de las nuevas colonias para comprar acciones de su recién nacida “compañía petrolera”… De cualquier forma, en varios libros que documentan la historia del petróleo en México, se menciona a al Pozo del Tepeyac, como el primer pozo petrolero de nuestro país. Si les interesa ahondar en la temática, uno de los documentos con mayor fundamentación en lo que se escribe es el titulado: “Petroleo y Desarrollo” de José Eduardo Beltrán.
Muchos de los lugares, que cotidianamente visitaba en aquella mi vieja y recordada Colonia Industrial, ya no existen… Así, gracias a Fabiola, vecina de la antigua calle San Rafael, hoy Basilisio Romo Anguiano de la llevada y traída colonia y mi guía temporal en el recobrar de mis recuerdos, pude constatar que aquella farmacia cuya dueña (enfermera práctica) nos curó en tantas ocasiones, ya es una taquería justo en la esquina de Excelsior y Fundidora de Monterey, que el Kiosko bello del parque María Luisa, fue derrumbado para dar lugar a otro kiosko que no tiene nada qué ver con el paisaje… Que la Escuela Emiliano Zapata, cuyo nombre cambiaba para el turno vespertino a Doncella de Orleans, sigue idéntica, sólo que la tlapalería donde muchas tardes hice mi taréa acompañando a mi primo Manuel, dependiente de la misma, ahora es un taller… Que aquel cafetín que aquel sujeto extraño puso con intenciones intelectualoides, dejó de serlo… Pero, la magia permanece ahí, frente a la otrora casa de mi abuela en el 115 de Fundidora de Monterey donde tantas noches viera pasar con el rostro de cansancio, levantando los pies de cuando en cuando a aquella guapa mujer que impactara mi adolescencia permitiendo el trato irrespetuoso con una sonrisa triste: La Española… Y quién sabe… Tal vez haya otro manto petrolífero que espera ser explotado como aquel pozo del Tepeyac.
En la intensa evocación de los recuerdos en la Colonia industrial, la más vieja de la región del Tepeyac…
*Cantante, compositor y escritor.
bellisimooooo, es un gran recuerdo, parte de nuestra historia como INDUSTRIALEÑOS, ojala pudiera ingresar a la pagina de face book https://www.facebook.com/groups/Mi.Colonia.Industrial/?hc_location=stream , seria lo máximo que nos llevara a tan bellas remembranzas