Por Óscar Lara Salazar*
Eran las 3:15 de la tarde del 9 de junio de 1924. El paisaje era un cielo plomizo obscuro cargado de nubes rasgadas por el culebrear de los relámpagos. En la lejanía, estas tempestades anunciaban viejos temores que la naturaleza siempre impone. De los matorrales, hombres armas en mano brincaron al camino como fieras al acecho, apuntando sus rifles y gritando:
— ¡Viva Obregón!
— ¡Viva el general Aparicio!
— ¡Viva el Supremo Gobierno!– -acompañando sus exclamaciones de un coro de blasfemias.
— ¡Muera Salvador Alvarado!
Una descarga cerrada rompió el silencio de la tarde y el cuerpo del idealista militar se desplomó del caballo cayendo pecho a tierra. El penco se asustó por lo corto de los disparos. Se sentó en las patas, alzó las manos al viento como pidiendo auxilio y de un brinco fue a dar a una charca a la vera del camino.
Salvador Alvarado, nació en la ciudad de Culiacán, Sinaloa, a las cuatro de la mañana del día 16 de septiembre de 1880.
Su niñez y juventud la pasó en Culiacán. Muy joven se trasladó a Guaymas, Sonora, vía Altata, en compañía de su padre Timoteo Alvarado; este, originario de Tepic, Nayarit, de oficio tintorero en la fábrica de hilados “El Coloso de Rodas”.
En el pueblo de Potam el joven Alvarado hizo amistad con Adolfo de la Huerta. Gracias a esa amistad, Alvarado ingresó a trabajar en una farmacia, quizá eso lo motivó a pensar estudiar la carrera de química, pero De la Huerta le facilitó algunas obras de temas sociales y lo desvió de su intención por la química.
Inició sus estudios por el año de 1903 y luego los empezó a vincular con la problemática del proletariado de Cananea. En 1904 ingresó, durante aquella huelga de Cananea, al Partido Liberal formado por don Camilo Arriaga y los hermanos Flores Magón. Allá se adentró en las ideas políticas de avanzada. Era adicto a la lectura del periódico “Regeneración”.
El mismo Salvador Alvarado escribiría después: “simplemente, creo que a la sociedad de aquellos inmejorables amigos, los libros, debo muchas de las horas de felicidad y satisfacción que me ha deparado el destino”.
Alvarado formó parte del Partido Anterreleccionista de Sonora, en ese tiempo, bajo la dirección del general sinaloense Benjamín Hill, que recibió personalmente a Madero durante su gira política por el Estado. Se puede decir que inició su carrera de militar el día 13 de abril de 1911, en la toma de Agua Prieta. También participó, ya como coronel, con sus fuerzas en el asalto a Naco y en la campaña contra los federales en la ciudad de Cananea. El día 5 de mayo siguiente se batió con valor y acierto en la batalla de Santa Rosa.
Por el año de 1914 el gobernador de Sonora, José María Maytorena, aprehende y pone en prisión a Salvador Alvarado, alcanzando su libertad unos meses después. Entonces marchó al centro de la República para incorporarse a Carranza, quien le ordenó combatir al zapatismo en el Estado de Puebla.
Después Carranza, en su calidad de primer jefe del Ejército Constitucionalista, designa al general Salvador Alvarado, gobernador y comandante militar de Yucatán el día 27 de febrero de 1915, ya que el gobernador pre constitucional en Yucatán, general Toribio V. De los Santos, fomentó el movimiento rebelde que estalló en aquel estado acaudillado por el general Abel Ortiz Argumedo, que tenía por objeto aislar a Yucatán de la acción revolucionaria. Alvarado con fuerzas organizadas les abrió frente de batalla doblegándolos rápidamente, y el 19 de marzo de 1915 entró a la ciudad de Mérida, capital del estado.
“Encontré a Yucatán —lamenta Alvarado— en plena servidumbre. Miles de desgraciados, por culpa de instituciones tradicionales y de vicios sociales tan fuertemente enraizados que parecían indestructibles, languidecían de generación en generación, con la vida vendida a los amos, con los músculos relajados en enriquecer a la casta de señores, con el alma y la conciencia sujetas al hierro invisible de una amarga esclavitud, en la cual habían aprendido, de padres a hijos, que no podían tener otro sueño de gloria que el del alcohol, ni otra esperanza de liberación que la muerte.”
Su obra revolucionaria en Yucatán
“En el corto lapso que estuvo al frente del gobierno yucateco, -apunta Ernesto Higuera, uno de sus biógrafos- funda la Casa del Obrero Mundial, organiza el Primer Congreso Pedagógico y el primer Congreso Feminista, funda la escuela normal de profesores, la escuela normal mixta, la escuela de artes y oficios, la escuela de agricultura, la escuela de voceadores de periódicos, establece la república escolar con el fin de iniciar a los alumnos en las prácticas democráticas al iniciar las elecciones de las mesas directivas dentro de sus respectivos planteles.
Fue sin duda, no solo un buen revolucionario, sino además, un verdadero estadista. Continua Higuera “Estableció además las escuelas nocturnas para artesanos. Clausuró la antigua escuela de leyes, sustituyéndola por una escuela libre de derecho. Abrió un conservatorio de música y numerosas bibliotecas y museos en las poblaciones más importantes.
Promulgó la Ley del Trabajo, que sirvió después de inspiración y de base a los legisladores de Querétaro. Expidió la Ley Agraria, que arrebataba a los latifundistas las tierras que no habían sido cultivadas, para entregarlas a los trabajadores del campo, entre otras muchas iniciativas y proyectos que le abrían la puerta de la liberación y el progreso aquel atrasado Estado.”
Después de una ardua y transformadora acción, se celebran las elecciones estatales para renovar el Poder Ejecutivo Estatal, resultando triunfador Carlos Castro Morales, y al frente del Partido Socialista del Sureste, que había fundado Salvador Alvarado,- junto con muchos otros, el mes de junio de 1917-, quedaba Felipe Carrillo Puerto.
Su muerte
Salvador Alvarado no estuvo de acuerdo con los resultados de la elección presidencial de Obregón y se adhirió a la rebelión de su antiguo e íntimo amigo Adolfo de la Huerta, quien lo designó jefe de las fuerzas rebeldes del sureste. Federico Aparicio, un guerrillero tabasqueño, le guardaba rencores por la muerte de un hermano que había sido partidario de Félix Díaz, y le achacaba a Alvarado participación en la ultimación de su hermano.
Al amanecer el día 9 de junio de 1924, los oficiales de Alvarado recibieron noticias de que Federico Aparicio trataba de traicionarlo. En las oficinas telegráficas de Tepactitán comprobó que el forajido había tenido contacto con el enemigo. Entonces Alvarado encolerizado ordenó:
—Fusilen a ese traidor…
—Mí general, permítame —dijo Aparicio—hay una mala interpretación, yo le soy leal y defenderé a usted con mi propia cabeza. Entonces intervino el señor Manuel Antonio Romero, gobernador de Tabasco, diciéndole;
—Yo le suplico señor general Alvarado, retire la orden que acaba de dar porque Aparicio es leal al movimiento.
El felón Aparicio fingió lealtad y obediencia, porque de hecho, lo separaba de la columna militar.
Las fuerzas de Alvarado habían emprendido la marcha hacia Tenosique en Chiapas. En un pueblo llamado “El Hormiguero”, se abren dos caminos que conducen a Tenosique. Aquí se dio una acalorada discusión entre los guías de cuál era el camino que más convenía que tomaran.
El general Alvarado se adelantó sin el menor asomo de desconfianza a reconocer las veredas. De manera intempestiva, de los breñales salen soldados de Aparicio. Alvarado les preguntó alguna cosa relativa a la región, creyéndolos habitantes de las rancherías, sin recibir respuesta. Solo se pudo distinguir en medio del camino al teniente coronel Diego Subiaur, quien apuntando con su pistola al pecho del divisionario, y casi a quema ropa le vació la carga de su pistola, al momento que muchos más de su gente aparecían echando bala a diestra y siniestra.
El cuerpo del General Salvador Alvarado caía al suelo a las 3:15 de la tarde del 9 de junio de 1924, porque una bala le había traspasado la cabeza. El caballo brincó asustado a los disparos cercanos y los miserables traidores gritaban vivas a Obregón y mueras a Alvarado.
Así, aquella tarde, oscura por los amagos de la tormenta, entre centellas y detonaciones celestes, quedaba tendido sin vida el general sinaloense Salvador Alvarado. De cara al sol se despedía el idealista militar, que fue sin duda uno de los pocos generales de la revolución mexicana que tuvo la visión de un programa socialista para la nación, pero que murió, como muchos otros, víctima de los apetitos insaciables de poder de otros compañeros de armas, que en algún otro momento compartieron la misión de la misma causa.
*Diputado Federal/Cronista de Badiraguato.